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Ocho apellidos a la italiana

Checco Zalone presenta su nueva película, en la que se ríe de los principales tópicos de su país

Rut de las Heras Bretín
El cómico italiano Checco Zalone, ayer en Madrid.
El cómico italiano Checco Zalone, ayer en Madrid.Bernardo Pérez

Llega el efecto Zalone a España: mañana se estrena Un italiano en Noruega, la película que batió récords de taquilla en Italia, con casi 10 millones de espectadores y una recaudación de más de 66 millones de euros. Checco Zalone (Bari, 1977) personalmente lo llevó ayer a Madrid, donde asistió al preestreno. Antes, en una entrevista con EL PAÍS explica lo que entiende por el efecto que lleva su nombre: “Es un chico que trabaja como actor, pero ni siquiera es bueno, con el que la gente se identifica porque encarna sus propios vicios y… la identificación es absolución”.

El actor, humorista, músico y guionista protagoniza Un italiano en Noruega. Su personaje es su alter ego, y, además, comparte nombre; aunque el Zalone real es de apariencia más seria que el de ficción y juega más con la ironía que en la película, donde utiliza un humor sencillo que saca punta a tópicos de su país. La mamma, la música de Albano, la pasta como el bien más preciado, el machismo y la corrupción están omnipresentes en un filme que juega con los tópicos: los italianos y los noruegos. Una suerte de Ocho apellidos vascos, o de la francesa Bienvenidos al Norte, o de la también italiana Bienvenidos al Sur.

Zalone fomenta la imagen caricaturesca que se tiene de su país, tiene claro que hay una parte que es así, ironiza con que si no existiera la película el estereotipo desaparecería. “El humorista tiene que meter el dedo en la llaga. Si no, ¿qué? ¿Represento un personaje virtuoso? Tampoco hay muchos en la administración pública”, comenta haciendo referencia a su personaje, un funcionario que lucha por mantener su puesto que peligra por los recortes de personal que está llevando a cabo el Estado. Pero su interés por seguir siendo funcionario dista de ser amor a la profesión; más bien por mantener las comodidades laborales de las que goza. Eso, por un cambalache del destino, le lleva hasta Noruega, donde también rodaron. “Esa es la parte más bella de la película. Estábamos en un pueblo cercano al Polo Norte, en un centro de investigación donde trabajan españoles, italianos, noruegos...”, rememora y vuelve a los tópicos: “Los alemanes, los más imbéciles; los españoles bebían como locos con los italianos; los japoneses se reían...”.

El tándem más taquillero

El artífice del efecto Zalone no es solo el actor, sino que forma un tándem con el director Gennaro Nunziate, con el que además de Un italiano en Noruega ha coescrito Cado dalle nubi (2009), Che bella giornata (2011) y Sole a catinelle (2013), a cada cual más taquillera. El éxito le lleva a momentos que no le gustan: no puede andar tranquilo por la calle. Pensó que el martes en Barcelona sí lo haría, “¡y estaba llena de italianos!”, exclama. “Todo el mundo tiene un maldito smartphone. Van haciendo fotos, pero no como homenaje o reconocimiento al actor. Utilizan la imagen para publicarla en una red social y dar envidia”. Sigue reflexionado sobre esta cuestión: “Un día ya no me pedirán fotos y me quedaré a cuadros... Entonces, comenzaré a drogarme”, sentencia con una sonora carcajada.

Por lo que le han comentado cree que la película “funcionará en España”, por sus situaciones reconocibles para los españoles, como el funcionario que ficha cuando llega a su trabajo y acto seguido sale a desayunar al bar. Italia se compone de mafia, Berlusconi y la Felicitá de Albano, “pero también de Miguel Ángel, Pasolini y Puccini”. “Y yo, de mayor, quiero ser pianista”.

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