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Latinoamérica como escuela de arquitectura

La bienal de São Paulo propone trabajar a partir de las necesidades de la gente y los territorios, no de la planificación teórica

Anatxu Zabalbeascoa
El proyecto colombiano en la selva húmeda eleva los edificios para evitar las inundaciones.
El proyecto colombiano en la selva húmeda eleva los edificios para evitar las inundaciones.Alejandro Arango

Eduardo Souto de Moura y Paulo Mendes da Rocha, dos pritzkers latinos, han inaugurado la X Bienal Iberoamericana de Arquitectura y Urbanismo (BIAU) en São Paulo reflejando el buen momento de la misma. El primero sentenció que “a pesar de que en muchos países latinos hay crisis, es evidente que la arquitectura iberoamericana no está en crisis”. No faltan ideas. Y las más potentes apuntan hacia un cambio: la arquitectura hecha desde abajo, a partir de las necesidades y no desde la planificación teórica.

El camino es tan revolucionario como difícil. Tiene a favor la posibilidad de dotar de futuro a una profesión que deberá encontrar su razón de ser en la resolución de problemas como la falta de vivienda de dos tercios de la población mundial. Tiene en contra la reducción del negocio que en el siglo XX ha supuesto la construcción. En América Latina convive la necesidad de mejorar los asentamientos precarios con la urgencia, como sucede en propio  São Paulo, de convertir las favelas en barrios. Se trata de hacer de guía, de escuchar en lugar de imponer. En eso andan la mayoría de arquitectos premiados reunidos estos días en la ciudad brasileña.

El puente entre la Península Ibérica y Latinoamérica es de ida y vuelta. A la hora de trabajar con ingenio y pocos medios Latinoamérica es una escuela para el mundo. Lo evidenció Diana Herrera, del estudio colombiano Taller Síntesis. Contó la experiencia en Vigía del Fuerte, un pueblo sin agua ni electricidad en la selva húmeda tropical con el 100% de las infraestructuras más básicas deterioradas. Ese tipo de proyectos empieza con el arquitecto explicando que lo primero que uno hace allí es atender a cómo se ha construido siempre. Y lo segundo cambiar su forma de pensar la arquitectura para terminar transformando la vida de la comunidad. “La arquitectura debe encontrar allí su forma más simple”, dice. Y esa forma deriva, también siempre, de la observación de las tradiciones ancestrales: palafitos para separarse del suelo y proteger de las inundaciones y los animales, cubiertas inclinadas para reciclar el agua, cerramientos abiertos para favorecer la ventilación…

En ocasiones alguien –como el ecuatoriano Enrique Mora- explica cómo la mano de obra de la familia es lo que hace posible muchas de las construcciones. A él le ocurrió cuando construyó la casa para la abuela de su mujer con lo que había: cañas. Es entonces cuando el arquitecto se convierte –además de en guía- en inventor ideando un sistema constructivo con el material disponible. “Se trata de conseguir obras cuya calidad no dependa del precio, pero sí de la capacidad para inventar a partir de lo que hay”, señala.

La Bienal de Venecia, comisariada esta vez por un latino, el  Pritzker chileno Alejandro Aravena, y tradicionalmente más centrada en las tendencias que en las realidades, ha dado este año un paso que amplía el horizonte de la arquitectura que busca alejarse de la especulación inmobiliaria y dedicarse a transformar la vida de las personas. Allí fue donde los peruanos Jean Pierre Crousse y Sandra Barclay ganaron el León de Plata por su Plan Selva, un ejercicio de arquitectura, geografía e identidad que partía de la premisa de reconsiderar que Perú, un país asumido como andino, es fundamentalmente amazónico en el 61% del territorio. Crousse explica que el 70% de su población se concentra en la costa pacífica, donde, sin embargo, sólo está el 2% del agua. Esa ubicación es una herencia colonial “menos interesada en la sierra y en la selva, donde se concentra el 98% de los recursos hídricos”. Es en la selva amazónica peruana donde el gobierno proyecta planes de desarrollo que la gente rechaza. “Los chavales caminan cinco horas hasta llegar a la escuela para encontrarse con un colegio construido a la occidental que se inunda la mitad del año. Esa es otra herencia de la mala digestión del colonialismo”.

Este arquitecto sostiene que lo que explica su país no es la latitud, sino la altitud. “En lugar de dividir Perú en tres franjas –costa, sierra y selva- lo que define el territorio y su forma de vida son las diversas alturas”. Por eso el Plan Selva, dirigido por el Ministerio de Educación, consistió en repensar el Perú amazónico a partir de la educación. Se trata de construir arquitecturas prefabricadas, elevadas del suelo, ventiladas y protegidas de la lluvia. 10 ya se han inaugurado. 69 escuelas más están planificadas. En Julio, en Perú ha habido cambio de gobierno. Ollanta Humala cedió la presidencia a Pedro Pablo Kuczyinski. Pero el ministro de educación es el mismo: Jaime Saavedra. La arquitectura que escucha y entiende los lugares y las personas, en lugar de imponer teorías o modus operandi apriorísticos es, efectivamente, transformadora. También una actividad política. Tras el glosado éxito de Medellín, en esa ciudad colombiana decidieron hacer un mapeo de la iluminación para comprobar si la oscuridad equivalía a una mayor delincuencia. En las fotografías aéreas nocturnas aparecieron grandes zonas oscuras que resultaron ser tanques de agua. Y decidieron utilizar esas infraestructuras para construir nuevos espacios públicos donde no parecía caber nada más.

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