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Sebastián Lelio: “Antes rodar en Chile era un milagro, hoy es un milagro que se repite”

El chileno prepara la post producción de su nueva película ‘Una mujer fantástica’

Sebastián Lelio en la Casa de América de Madrid.
Sebastián Lelio en la Casa de América de Madrid. Jorge del Campo

No hay piedad bajo el sol madrileño, pero Sebastián Lelio (Mendoza, Argentina, 1974, aunque criado en Chile) se refugia entre los muros y las grandes salas del Palacio de Linares, sede de la Casa de América de Madrid, donde asiste a una muestra sobre su filmografía. “Estoy desentrenado”, advierte con una sonrisa tímida el director de Gloria, que en 2013 se coronó en la Berlinale.

Tres años después, el cineasta chileno trabaja en Berlín en la post producción de su próxima película, Una mujer fantástica, sobre una transexual que enfrenta la muerte de su novio y el rechazo de la familia de este. La estrenará en 2017, cuando ya esté embarcado en un nuevo proyecto británico con Rachel Weisz.

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Pregunta. ¿Qué papel desempeñan las mujeres en su vida y en su obra?

Respuesta. Haber hecho películas sobre mujeres ha sido algo muy orgánico en mí. Hay una idea de [Robert] Bresson que dice que el cine debería ser una historia de amor entre la cámara y su personaje. Hay algo entre la mujer y la cámara que ocurre que a mí me fascina. La mujer salva al mundo, si no fuera por ellas ya nos habríamos autodestruido. Al observarlas y retratarlas de una manera a ratos amorosa y a ratos despiadada, siempre resuena algo que está en peligro en nuestro mundo: la misma femineidad.

P. ¿Adónde nos lleva Una mujer fantástica?

R. Es una película sobre los limites de la empatía. Pone a sus propios personajes y al espectador frente al límite de lo que está dispuesto a permitir. En términos estilísticos es mucho más compleja que Gloria. Hay más tonos que se visitan y hay un flirteo con distintos subgéneros: de retrato femenino, de humillación y venganza, de funeral, policial, de fantasmas y romántico.

P. ¿Cómo ve el esplendor del cine latinoamericano?

R. Sigue la expansión que para mí lleva 10 años ocurriendo y se empieza a mezclar con lo que creíamos que era posible hacer. Hay una exploración muy grande de distintos tipos de cine y, al mismo tiempo, de nuevos territorios desde el punto de vista de la producción y la expresión. Es difícil hablar en nombre del cine latinoamericano. Las realidades cinematográficas y sociales son tremendamente distintas.

P. ¿En qué momento está Chile?

Uno se va de su país para tener conciencia de lo que tu cultura da por sentado

R. Pertenezco a una generación que empezó a filmar hace 10 años. Ahora estamos haciendo la cuarta o quinta película de nuestra carrera. Hay una mezcla de expansión, a ratos consolidación… esa sensación de que quizás sí podamos seguir filmando, que es siempre la gran angustia de todo cineasta. Antes una película era un milagro, hoy es un milagro que se repite.

P. ¿Qué problemas afronta un cineasta en su país?

R. El acceso a los recursos. No es Chile donde más difícil es hacer cine, pero eso tampoco significa que sea accesible. Sigue existiendo la necesidad de reinvención.

P. A pesar de todo, las películas de Hollywood siguen llegando a más salas.

R. Esa es la realidad de la hegemonía en la distribución del cine norteamericano que afecta a las pequeñas cinematografías. La competencia en las salas es contra las grandes producciones. En Chile, que siempre ha sido un país laboratorio, que es un país de un capitalismo desbordado, los cines de barrio han desaparecido. Prácticamente solo existe el cine de mall [centro comercial]. Encontrar un espacio es muy difícil, es una pelea desigual.

P. ¿Cuál es la solución?

R. La posibilidad de generar una red de distribución de habla hispana. ¿Por qué en Chile no vemos las películas argentinas o el cine español? Quizás la creación de esa red, que es un acto político, sería una alternativa a la hegemonía del cine anglo.

P. ¿A qué jóvenes promesas tiene en cuenta?

En Chile ha vuelto a sentirse el sabor de la conciencia social

R. Cada año, en el circuito de festivales, van surgiendo nuevos nombres. Es una cantera que está muy viva. Christopher Murray es un tipo de muchísimo talento. También estoy esperando con ansias que Dominga Sotomayor haga su nueva película. Hay una generación que dará mucho que hablar, que está luchando por hacer su segunda o tercera película.

P. ¿Le tiene cautivado el fenómeno actual de las series?

R. Creo que es un fenómeno muy potente. Se llega a decir que es allí donde está ocurriendo el verdadero cine. Creo que son formatos que coexisten. Las series no van a matar al cine. ¿Por qué deberíamos tenerle miedo a que el lenguaje refinado haya encontrado otro vehículo como son las series? Lo veo como una extensión del campo de batalla.

P. ¿Se adentraría en ese campo de batalla?

R. Me encantaría. Me gusta muchísimo el formato de las series de pocos capítulos. Una de mis favoritas es Top of the lake. Es un formato muy bello donde se puede llegar a desarrollar con mayor profundidad líneas narrativas que a veces, en dos horas, no puedes.

P. ¿Cómo influyen Chile y su infancia en su cine?

R. Benjamín Galemiri, un dramaturgo chileno, decía: “Yo escribo enceguecido como por los tambores de mi infancia”. Hay algo muy bello en eso: no se puede convocar a la infancia a propósito, pero cuando se está escribiendo a es la infancia la que lleva la batuta, mucho más que la razón y la adultez. Mi infancia y mi país se vuelven casi sinónimos.

P. ¿Cómo ha cambiado Chile desde aquellos años en Cholguán?

R. Llevo cuatro años viviendo en Berlín y creo que uno se va de su país para mirarlo mejor, para tener conciencia de lo que tu cultura da por sentado. Esa distancia te permite mirar con ojos más limpios esos elementos y quizás uno se va para no irse. Está en un proceso de cambio brutal y de resistencia brutal al cambio. Ha vuelto a sentirse el sabor de la conciencia social que nunca podrá ser aniquilada del todo, que lo definió en los setenta y que lo convirtió en un símbolo para el mundo. Hay una sensación de inevitabilidad respecto a esos cambios.

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