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Javier Montes: “Los escritores siempre dejan huellas del crimen”

El escritor indaga en 'Varados en Río' en la vida de autores que, como él, vivieron una suerte de exilio carioca

Jorge Morla

Javier Montes (Madrid, 1976) recaló en río huyendo de un desamor y acabó viviendo allí dos años. Pero se dio cuenta de que no era el único escritor atraído (y atrapado) por el embrujo de esa ciudad en apariencia paradisíaca. La española Rosa Chacel, el argentino Manuel Puig, la americana Elizabeth Bishop, el austriaco Stefan Zweig; Todos vivieron un exilio entre físico y espiritual en la ciudad. En la literatura de estos y en su vida carioca bucea el escritor en su última novela, Varados en Río.

Pregunta: Usa usted la expresión francesa de mal cabo en el libro. Como un tramo peligroso, una prueba vital. Los escritores de los que habla viven un mal cabo en Río. Y usted también.

Respuesta: Yo atravesaba un mal cabo al llegar a Río, sí. Pensé que una ciudad luminosa, tropical, ayudaría. Pero eso no sucede. Cuando no la llevas dentro tú, la luz, no hay consuelo. Vivimos en una cultura de valle de lágrimas, y ubicamos al desterrado en un lugar lúgubre, feo, que nos orienta hacia lo que sentir. Cuando el sentimiento y el lugar no cuadran, se produce un cortocircuito del que me interesaba mucho hablar.

P: Es como la expresión que usa Bishop, que le dedica a Río un elogio envenenado en el New York Times: “Los juiciosos se dan cuenta de que no es una ciudad hermosa, solo el emplazamiento más hermoso del mundo para una ciudad”.

R: Necesitamos creer en paraísos terrenales. El Dorado, Xanadú… sitios en los que queremos creer. A Río también le tocó esa mitología, pero desde luego no es el paraíso, en seguida ves el lado oscuro de la ciudad. Esa es una diferencia con Europa. Río tiene su lado oscuro a la vista: estás en la playa y ves las favelas, la desigualdad te rodea. En Europa hemos conseguido que ese lado oscuro, que lo hay, no se vea.

P: ¿Con quién de los escritores de los que habla siente más afinidad? Quizá a la que más páginas dedica sea a Rosa Chacel.

Escritores varados

Rosa Chacel: "Lo que más admiro de ella es su empecinamiento, ya digo. Esa capacidad de mirar las cosas a la cara, de afrontar su posible fracaso y aun así seguir insistiendo en su escritura. Ese crecerse en su soledad".

Manuel Puig: "La figura de Puig como escritor argentino es higiénica entre otras cosas como contrapunto de Borges, tan omnipresente. Con lo bueno que era, le honra el no caer en la tentación de convertirse en un pontífice. Y eso que era vanidoso, no nos engañemos, pero se resistió a convertirse en un escritor canónico".

Stefan Zweig: "Más allá que de su escritura guste más o menos, o de que su literatura haya envejecido más o menos mal, su personaje es tan trágico que es imposible no respetarle. Se ha convertido para siempre en símbolo del refugiado, algo que hoy volvemos a ver, y de qué manera. Es un emblema universal del peligro que supone cerrar fronteras".

Elizabeth Bishop: "Es una gran poeta. Ella se aleja de sus contemporáneos, que escribían al poeta como héroe y la vida como una odisea; ella es una turista de su propia existencia, sin raíces profundas, con referentes más dispersos. Es una forma de ver la vida que casa más con la actualidad".

R: Pues ellos son, además de grandísimos escritores, un material literario perfecto para hacer un estudio de escritores. Los cuatro son desplazados, los cuatro tienen que crear un mundo nuevo empezando de cero. En realidad es la condición ideal para un escritor. Hoy, en un mundo de clicks, en la soledad controlada en que vivimos, Chacel me conmueve. Ella asume el ostracismo al que la somete España, y acepta su fracaso como algo quizá duradero. Aun así, sigue adelante con su literatura.

P: Usted había escrito ficción. Y había escrito ensayo. Aquí mezcla los géneros, y además de introducirse usted como personaje. ¿Cómo se cabalga esa mezcla?

R: La idea era, basándose en personajes reales y siendo respetuoso, introducir estrategias de ficción. Es algo que todos hacemos, en realidad, reestructuramos nuestro relato como un cuento. Como narrador, yo me introduzco para detonar la acción, pero sin ser una autoridad. Lo que cuento no es así por decreto, el narrador no dice más de lo que puede decir. Lo cierto es que es fascinante indagar en vidas de escritores, porque los escritores dejan pruebas de su vida. Dejan siempre huellas del crimen.

P: También dejan la sombra de sus parejas. Como Lotte, la joven mujer de Zweig que se suicida con él, o Lota, la compañera de Bishop. También usted llega con la sombra de una ruptura, de un amor que sobrevuela el relato.

R: Yo arrastraba una ruptura, y de ella doy alguna pincela a lo largo del libro. Pero no tanto como algo que me identifica a mí con estos escritores, más bien como algo que nos hermana a todos. La idea de que el sufrimiento modifica lo que vivimos. De que, cuando no estás de humor, la belleza agrede.

P: Usted es sacudido por un momento de especial agresión de la belleza. Una visión de una playa que parece de otro tiempo, como en el cuento de Kipling. Una visión de una playa que ya tuvo en su día la propia Chacel.

R: Sí, como un pliegue en el tiempo. Algo de lo que también hablaba Borges, ese momento en el que dices: esto es. Es la idea del libro, cómo esta gente dice: lo he encontrado. Pero ese instante es breve. Tú quieres detener el tiempo, pero la vida sigue y se lo lleva todo por delante. Quizá escribir sea eso, la manera de intentar congelar ese segundo.

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Sobre la firma

Jorge Morla
Jorge Morla es redactor de EL PAÍS. Desde 2014 ha pasado por Babelia, Cierre o Internacional, y colabora en diferentes suplementos. Desde 2016 se ocupa también de la información sobre videojuegos, y ejerce de divulgador cultural en charlas y exposiciones. Es licenciado en Periodismo por la Universidad Complutense y Máster de Periodismo de EL PAÍS.

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