_
_
_
_
_
CRÍTICA / LIBROS

Un Irving sin podar pero grande

'Avenida de los misterios' narra las peripecias de un escritor mexicano que pasó parte de su infancia como niño de la basura. Una novela excesiva pero excepcional

Un niño en la casa de su familia, en Oaxaca (México).
Un niño en la casa de su familia, en Oaxaca (México).Matt Black / Magnum Photos

Avenida de los misterios es una novela excepcional porque John Irving es un novelista excepcional. A sus 74 años, el escritor nacido en Exeter, Nuevo Hampshire, presenta un trabajo que exhibe fortaleza y defensa de esa manera suya, acumulativa y personal de explicar sus odiseas vivenciales en las que hace transitar a sus protagonistas. Nunca sales herido o cambiado de sus novelas. Pero él las quiere así y de ese modo la esperan y devoran sus lectores. Sus protagonistas parecen ser conscientes de ser ficción y los avatares dramáticos sufridos por aquéllos, meros ingenios para hacer andar la narración. Pero también eso es puro Irving —Forrest Gump, aquella película de los noventa por ejemplo también lo era— y, en este caso, lo son las casi 700 páginas de esta nueva novela, escrita con una prosa elegante, sin atenerse a menudo a convenciones realistas, entretenida y efectiva.

Avenida de los misterios convive con su autor desde hace más de dos décadas. Empezó a finales de los ochenta como guion cinematográfico para un trabajo con el realizador Martin Bell. El escenario en estos años pasó de ser India a México, y después de una docena de borradores, hace siete años, Irving decidió que sería una novela para acabar —probablemente— en película de aquí a unos años.

Este libro es la talentosa yux­taposición de dos historias explicadas al mismo tiempo desde el pasado, el presente y el futuro anticipado en sueños o premoniciones. Dos planos siempre —razón y locura, superstición/religión y ciencia, deseo y enfermedad— en uno de esos trucos que realiza Irving con una naturalidad insultante: mostrar el paso del tiempo a la vez y secuenciarlo. Nos narra el viaje de un maduro escritor, Juan Diego, antiguo “niño de la basura” del vertedero de Oaxaca, a Manila, en el que asistimos a sus avatares soñados, vividos, motivados por la medicación o por la propia alucinación de la propia realidad. Recuerdos del basurero mexicano donde devoraba libros que salvaba del fuego, en compañía de su hermana, Lupe, ambos hijos de una prostituta. Aquélla es capaz de leer los pensamientos de casi todas las personas y lo expresa en un lenguaje que, a excepción de Juan Diego y su madre, nadie entiende. Se nos explica la existencia de ese crío en manos de los jesuitas, conviviendo en el circo La Maravilla, y adoptado luego por una pareja gay estadounidense, de visita a Filipinas no sólo para promocionar sus novelas, sino para cumplir una promesa y aceptar su destino. Un viaje divertido y excitante, en parte, por la presencia de Dorothy y Miriam, madre e hija, ángeles de la guardia sexualizados, como la Virgen María y la de Guadalupe que tanta importancia tienen para Lupe y Diego en su infancia. Este manjar disperso, fascinante e irregular devuelve al mejor Irving merced a ese control absoluto del tiempo y de los escenarios. Podrá gustar o no pero John Irving es fiel a cómo quiere escribir y leerse. Y no hay tantas novelas como ésta entre las novedades.

El único pero —y sólo para no fanáticos de Irving— es que esta novela como muchas de las suyas produce el efecto de añorar al jardinero al que un buen día Irving despidió. Aquel que le quitaba las malas hierbas, lo accesorio, mantenía a raya la selva amazónica. Es cierto que uno ni recuerda cuál fue la última vez que el jardinero estuvo dentro de la cabeza de John Irving. Pero esa ausencia hace que, a veces, el libro pierda fuelle, que el asfalto de la autopista se convierta en barro o dunas de arena, que el azar se convierta en previsible y que impida la precisión del noqueo sorpresivo, de dar con algo que te pellizque, te roce la flecha untada en curare. Es, probablemente, una deficiencia más de quien lo lee esperando que Irving sea Irving y algo más que Irving, que de éste. Pero cuando lees y devoras una prosa que sigue siendo actual, como recién estrenada y, sin necesidad ni tan siquiera obsesiva, entras en un desvío que no debería salir en los mapas, pues eso, que uno añora al jardinero que ya no trabaja para el señor Irving.

Avenida de los misterios. John Irving. Traducción de Carlos Milla Soler. Tusquets. Barcelona, 2016. 637 páginas. 22,90 euros

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_