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SILLÓN DE OREJAS
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

A ver si ahora lo hacéis mejor, tontitos

Si se convocan elecciones, quizás tengamos ocasión de presenciar la más bronca y sucia campaña electoral de la democracia

Manuel Rodríguez Rivero
Ilustración de Federico Delicado para El librero, de Roald Dahl (Nórdica).
Ilustración de Federico Delicado para El librero, de Roald Dahl (Nórdica).

Si, como parece a la hora de redactar este Sillón de Orejas, se confirma la imposibilidad nada metafísica de formar un pacto que facilite un Gobierno para este país, habrá terminado (aunque sólo por ahora) la tediosa farsa con la que nos han obsequiado en los últimos tres meses los partidos políticos a los que se les supone encarnar los variados intereses y aspiraciones de la ciudadanía. La convocatoria de unas nuevas elecciones vendría a sancionar lo que buena parte de los cada vez más estupefactos ciudadanos venimos sospechando: que para los actores del vodevil a que hemos asistido el peso de la culpa recae sobre nosotros, tontitos que no supimos votar a quién debíamos. A tenor de lo que estamos viendo en este patético fin de fiesta, si finalmente se convocan quizás tengamos ocasión de presenciar la más bronca y sucia campaña electoral de la democracia. Y quién sabe qué pasará el 26 de junio, después de que, previsiblemente, los que podrían ser aliados naturales a derecha e izquierda se sigan descalificando con tanta virulencia que les sea aún más difícil pactar entonces lo que no han querido ni podido ahora. Quizás mi pesimismo tenga que ver con la relectura, en estos últimos días, de Tito Andrónico, la primera (h.1593) y más gore tragedia de un joven Shakespeare que aún no había aprendido a moderar su furia dramática: sus espectadores isabelinos tenían que presenciar en escena, además de 14 asesinatos, diversas mutilaciones, un terrible estupro y hasta una espantosa repostería caníbal dictada por la venganza: “Moleré vuestros huesos” —clama el desesperado Tito Andrónico- “hasta hacerlos harina / y con vuestra sangre elaboraré una pasta / y con la pasta una masa de pastel cocinaré / y haré sendos pasteles de vuestras infamantes testas..”—. No ignoro que el juego político de nuestro tiempo se parece más a lo que nos venden algunas series televisivas estadounidenses (House of Cards) o danesas (Borgen) que al “incivilizado” drama de Shakespeare. Pero no olvidemos que la política fue un invento (siempre provisional) para impedir que la gente se destroce a garrotazos, como bien sabía Hobbes. La versión de Tito Andrónico que he leído ha sido publicada (junto con Coriolano) por la editorial vasca Meettok, y su traducción corre a cargo de Jon Bilbao, al que considero autor de algunos de los mejores cuentos que he leído en los últimos años; lo he comprobado una vez más con los ocho que componen ese estupendo recopilatorio que es Estrómboli (Impedimenta). Si les gustan los relatos, no se lo pierdan. De nada.

Viral

Está claro que Sant Jordi también está por el amor. Lo más viral de la pasada edición de la gran fiesta barcelonesa no fueron las fotos de los autores de los libros más vendidos en castellano (por cierto, tres mujeres: Paula Hawkins, Julia Navarro y Almudena Grandes) o en catalán (Víctor Amela, Empar Moliner y, de nuevo, Paula Hawkins); ni lo fueron los datos del Gremi de Llibreters que indican que las librerías participantes habrían recaudado entre el 6 y el 8% de su total anual; ni tampoco dieron la vuelta al mundo digital las sorprendentes y cómodas zapatillas de suela blanca (¿sketchers?) que lucía el habitualmente elegante y circunspecto Vila-Matas, a la vez renuente y encantado de acudir cada año al evento. No; lo más viral de la jornada fueron las fotos y los vídeos que sorprendieron el frenético coito de una pareja en un andén del metro de Barcelona, entregada salvaje y perentoriamente al amor cuando las librerías ya habían echado el cierre. Tanto se ha reproducido en las redes sociales la lasciva escena subterránea del 23 de abril que he llegado a preguntarme si sus protagonistas no habrán sido dos actores contratados por los organizadores del evento libresco para conseguir aún mayor cobertura global. Quizás debería tomar nota la Comunidad de Madrid para conseguir dar impulso a la Noche de los Libros, que sigue sin conseguir animar sustancialmente el cotarro librero en la segunda capital española del libro. Mientras tanto, permítanme que esta vez mi homenaje vaya a los libreros de lance con la recomendación del estupendo y satírico relato de Roald Dahl El librero, publicado recientemente por Nórdica con estupendas ilustraciones de Federico Delicado; claro que, en este caso, el librero protagonista, que no queda muy bien parado, ha encontrado un método más eficaz de hacer dinero que la mera venta de usados y descatalogados.

Sabuesos

Oportuna idea la de Siruela de lanzar una colección de clásicos policíacos de la Golden Age del género y, de modo particular, de publicar o republicar en odres nuevos algunas de las espléndidas novelas de deducción (whodunnit: “quién lo hizo”) que se publicaron, especialmente en Gran Bretaña, en la década de los treinta: como ya he señalado en alguna ocasión, aumenta el número de aficionados a las diversas manifestaciones de la novela policial (hoy colonizada bajo el marbete “novela negra”) que manifiestan cierto cansancio hacia los crímenes retorcidos, los personajes psicológicamente siniestros o la sexualidad aberrante, que parecen ser motivos imprescindibles de las negruras literarias que hoy triunfan. Los dos títulos con los que se inicia la colección son sendas primeras novelas de dos conspicuos representantes de lo que algunos llaman cozy mysteries: narraciones de intriga detectivesca en las que lo que prima es el descubrimiento del asesino, y en las que la violencia y la sangre, si existen, aparecen a menudo fuera de foco, mientras el sexo se trata con perífrasis cerebrales o irónicas no exentas de humor; y tampoco aparece en ellas la descarnada y, a menudo, cínica crítica social presente en los grandes hardboilers norteamericanos de autores de la misma época (Hammet, Chandler). Tanto Un hombre muerto (1934), de la neozelandesa Ngaio Marsh, como Muerte en la rectoría (1936), del británico Michael Innes (seudónimo elegido por el profesor y crítico J. I. M. Stewart para sus “libros de entretenimiento”, que fueron los que le hicieron famoso) estrenan en ellas a dos grandes sabuesos que protagonizarían sus respectivas obras posteriores: el refinado y elegante inspector Roderick Alleyn, en el caso de Ngaio Marsh, y el un tanto pedante, pero intuitivo, sir John Appleby, que resolverá todos los “misterios” de Michael Innes. Un par de libros (cubiertas en tapa dura con ilustraciones que apelan a la nostalgia) ideales para leer a última hora de la tarde, sentado(a) en un sillón de orejas y con un buen whisky al alcance de la mano.

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