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CRÍTICA | ANACLETO: AGENTE SECRETO
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Al servicio de su paternidad

Lo que hace Javier Ruiz Caldera tiene poco que ver con el tebeo, pero es algo tan extraño como interesante

Imanol Arias, en 'Anacleto: agente secreto'.
Imanol Arias, en 'Anacleto: agente secreto'.

Mucho antes de que esta adaptación oficial fuese ni siquiera una remota posibilidad, Jesús Franco capturó a la perfección el espíritu de las historietas de Anacleto creadas por Manuel Vázquez en películas como Cartas boca arriba (1966) –en la que se anacletizaba a Eddie Constantine, con la ayuda de un agudo guión de Jean-Claude Carrière- y Lucky, el intrépido (1967) –cuyos personajes expresaban algunas reflexiones a través de bocadillos de tebeo-. Creado en 1964, Anacleto nació como una parodia bondiana que fue incorporando rasgos del posterior Maxwell Smart. El personaje permitió al historietista experimentar con el lenguaje del medio, entregándose a la fuerza liberadora del absurdo en un camino que alcanzó su culminación en las páginas de Gran Pulgarcito, la respuesta brugueriana a Pilote.

Anacleto: agente secreto

Dirección: Javier Ruiz Caldera.

Intérpretes: Imanol Arias, Quim Gutiérrez, Alexandra Jiménez, Berto Romero, Carlos Areces, Emilio Gutiérrez Caba, Rossy de Palma, Eduardo Gómez.

Género: comedia. España, 2015.

Duración: 93 minutos.

Lo que hace Javier Ruiz Caldera en Anacleto: agente secreto tiene poco que ver con lo de Franco, pero es algo tan extraño como interesante. Para empezar, proyecta al personaje hacia un estado crepuscular y, al modo del J. J. Abrams de Alias, le inventa una vida privada. El foco de atención ya no está tanto en la distancia entre un modelo mítico (Bond) y una realidad ridícula (Anacleto), porque aquí el agente ya ha dejado atrás su torpeza. Probándose en el registro de la comedia de acción, Ruiz Caldera propone una buddy movie paternofilial, donde la gran fuente de comicidad es la fricción entre un extraordinario Imanol Arias y un Quim Gutiérrez entregado a muerte a su papel. Como si Los tres días del cóndor (1975) se citase con el recuerdo de la TIA del primer Mortadelo y Filemón de Fesser, la película ilustra un pulso algo desigual entre una memoria sentimental (brugueriana) y una alta competencia para el buen cine de consumo. Es una lástima que se aparque la vena más delirante del tebeo original, pero Anacleto: agente secreto funciona con eficacia e incluye sutiles guiños al imaginario de Vázquez (del interiorismo de esa agitada cena familiar a la escena del bingo).

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