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EXTRAVÍOS
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Coetzee y el arte

El diálogo entre el novelista sudafricano y la psicóloga británica Anabella Kurtz, recogido en un nuevo libro, aborda la relación de la creación artística con la realidad.

¿Es posible hoy el diálogo del arte con las restantes formas de conocimiento imperantes? La tradicional aprensión social frente al arte radicaba en que éste bordeaba, cuando menos, la inmoralidad. Y aunque, en la actualidad, inmersos en una sociedad secularizada, parecería que estos pujos de prevención frente a lo que se opone una supuesta verdad incontrovertible debieran haber desaparecido, al perder ésta su naturaleza inmutable, lo cierto es que siguen latentes. En este sentido, confieso que me lancé con entusiasmo a leer el último libro publicado en nuestro país del escritor sudafricano J. M. Coetzee (Ciudad del Cabo, 1940), titulado El buen relato. Conversaciones sobre la verdad, la ficción y la terapia psicoanalítica (Random House), del que también es coautora la reputada psicóloga clínica británica Arabella Kurtz, pues se trata de una conversación entre ambos. Sin embargo, mi impresión personal, según me iba adentrando en los prolijos meandros de este largo, formal y amistoso cruce de opiniones, fue que se trataba, en realidad, de una discusión, término éste etimológicamente derivado del latín con el significado de "ruptura" o "quebrantamiento", más que propiamente una conversación, de semejante origen, pero con el sentido opuesto de "confluencia"; por lo que me sorprendió la cortés —y no sé si perversa— coda final de Coetzee en la que afirma que "la novela como género parece tener un interés fundamental en afirmar que las cosas no son lo que parecen, que nuestras vidas aparentes no son nuestras vidas reales. Y el psicoanálisis, diría yo, tiene un interés parecido".

Pues bien, a mí no me lo parece, ni en la novela, ni en ninguna otra forma de expresión artística. Porque el recurrente punto de disentimiento entre Coetzee y Kurtz gira sobre si la verdad es algo sustancial o, simplemente, algo más o menos desazonante, apostando el primero, como corresponde, por la sazón que nos falta indeclinablemente a todos, mientras que la segunda no puede soltar ni por un momento la tabla de salvación de lo genuinamente auténtico, que hoy no se aparta un milímetro de la apocada obviedad de la integración.

Pero, en el pasado o en el presente, esta supuesta coincidencia entre arte y moral, sancionada en el verso horaciano de que “acierta quien sabe mezclar lo útil con lo agradable”, transformada hoy con el más brutal y explícito dicterio de lo “políticamente correcto”, huele a la chamusquina de la componenda. El problema no es que el artista posea un estatus social especial, que le autorice hacer lo que le venga en gana, sino que, como tal, y en tanto que tal, debe dar libre curso al pensamiento puro, aunque carezca de utilidad alguna y no complazca o convenga a la comunidad de sus contemporáneos. Me gusta al respecto repetir la maravillosa confesión creadora de Giacometti de que él no producía obras para sus coetáneos, sino para "la gran población de los muertos", en los que obviamente incluía a los aún no nacidos, cuyo rasero moral nos resulta ignoto, cuando no desconcertante. En este sentido, el arte, aun nutriéndose de y dirigiéndose a la comunidad humana, no lo hace, por así decirlo, "a un plazo fijo", y, por tanto, no tiene un sentido inmediatamente integrador.

El recurrente punto de disentimiento entre Coetzee y Kurz gira sobre si la verdad es algo sustancial

En realidad, su búsqueda reside en la pesquisa de lo eventualmente inapreciado y hasta puntualmente despreciado/despreciable. Abre, pues, horizontes, pero jamás los cierra. Cambia constantemente, pero no progresa. De esta guisa, la ficción artística se eleva por encima de lo fáctico y de lo conjeturable a partir de lo positivamente conocido. Escarba denodadamente entre lo que nos parece, no para fondear en una verdad definitiva, sino para acreditar la insondable plasticidad de las apariencias y devolvernos de esta manera la confianza en nuestra libertad creadora y nuestra capacidad de moldear de nuevo el mundo cada vez. De manera que el arte, más que conjugarse o coincidir con cualquier otro método de conocimiento positivo, como lo es para el caso el psicoanálisis, precisamente empieza cuando éste termina. Por eso, en efecto, mi impresión tras lectura del ensayo en forma de civilizada conversación entre Coetzee y Kurz alcanza sus cotas más interesantes cuando se constata su desacuerdo.

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