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MÁS TRISTES SON USTEDES
Columna
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Folk & Roll

Casi todos los artistas se han visto obligados a reducir su elenco o incluso a prescindir de él. Los rockeros adoptan maneras de 'folksinger' y salen solos a la carretera

Un guitarrista en un parque de Lisboa.
Un guitarrista en un parque de Lisboa.Isaac F. Calvo

Una canción quiere ser un puente. Una vez tendido, desde la otra orilla, puedes contemplar su poder. Está ahí, rugiendo entre el público. Retroalimentándose. Es el clímax, el prodigio eléctrico, la legendaria epifanía del rock and roll.

Relativamente fácil de encontrar en recintos artificiales veraniegos, en su hábitat natural cada día se hace más de rogar. Bares y pequeñas salas de conciertos casi siempre tienen que conformarse con versiones reducidas de la bestia. Casi todos los artistas se han visto obligados a reducir drásticamente su elenco o incluso a prescindir por completo de él. La furgoneta cargada hasta los topes con músicos e instrumentos encajados al milímetro ha pasado a la historia, junto a la satisfacción añadida de crear trabajo. Los rockeros adoptan maneras de folksinger y salen solos a la carretera. El resto ha perdido su empleo, pero al menos la música sigue sonando. La casa de la esperanza nunca cierra.

Pongamos que la salud lo agradece. La espalda respira aliviada sin equipo que descargar. Y seguro que conducir tantos kilómetros resulta, a la larga, beneficioso para el hígado. Descartadas las siestas en ruta, hay que descansar en tierra firme y dar buen uso a nuestra habitación, ahora individual. Quién me iba a decir que echaría de menos los ronquidos del guitarrista con el que solía compartirla… Del antaño concurrido circuito venéreo del rock sólo quedan vaporosos recuerdos.

También la técnica se depura. El repertorio es sometido a una sesión de drenaje que sólo las mejores canciones soportan. Aun así, se muestran vulnerables en su desnudez. Despojadas de la dinámica que les brinda la banda, serás su único amante y no dejarán de exigirte intensidad, delicadeza y claridad. Has ganado libertad como intérprete y te sorprendes cambiando la estructura de las canciones sobre la marcha, en un insólito ejercicio de audacia para los rígidos patrones del rock a los que estás acostumbrado.

Además, la tradición juglaresca demanda verborrea. Introduces cada canción con una historia singular. El cantante de folk sabe que tiene que mantener el diálogo abierto durante todo el concierto, si no quiere que se le escurra de entre las manos. Y, aunque el público del rock se esfuerza por adaptarse, el ritual sigue tirando lo suyo. Deberás conquistar cada minuto de silencio con la única ayuda de tu arte.

Tanto artistas como empresarios deberíamos facilitar más las cosas. El público tiene que tener claro lo que va a ver y sentirse cómodo en la faena. Hay que ajustar los precios, fomentar la disposición y establecer prioridades. Si las cosas cambian en el escenario, que lo hagan también abajo. Conviene ser flexibles y saltarnos los tópicos. Por ejemplo, puede que sea buena idea poner sillas. El aforo es un poco menor, pero un concierto acústico siempre gana muchos enteros así. Tan sencillo como eso. Sin embargo, la última vez que propuse acomodar en ellas al público me contestaron que eso no cuadraría con la ortodoxia rockera. Ortodoxia y rock and roll. Eso a mí sí que no me cuadra, amigo.

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