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Una inquietante, perversa y graciosa comedia argentina

Carlos Boyero

No había visto nada del director argentino Damián Szifrón, cuya última película Relatos salvajes se ha presentado en la Sección Oficial. La coproduce El Deseo y deduzco inicialmente que puede haberle ayudado a ser seleccionada por Cannes teniendo en cuenta la ancestral veneración que le profesa este festival (todos en general) a Pedro Almodóvar. En cualquier caso celebro que la notable racanería de Cannes hacia el cine hablado en castellano se torne de vez en cuando en generosa receptividad. Relatos salvajes también posee un interés suplementario para mí y es que en su reparto figura Ricardo Darín, actor que además de su enorme talento posee un acreditado olfato para escoger guiones y proyectos que merecen la pena. En mi caso ver su nombre en una película es razón suficiente para que vaya a verla. Y casi siempre sus interpretaciones están a la altura de las expectativas. Me lo creo en cualquier personaje, es un actor con presencia, arte, matices y alma.

En mi caso ver el nombre de Ricardo Darín es razón suficiente para que vaya a verla.

El desarrollo de Relatos salvajes no traiciona a su título. Se compone de seis historias sin vinculación aparente, pero que si lo piensas con detenimiento al final resulta transparente que la tienen. Hablan de las barbaridades que somos capaces de hacer con el prójimo cuando estalla la ira, los viejos agravios, la venganza, los celos con causa, la compraventa de todo. El primer episodio en el que los pasajeros de un avión descubren que han estado conectados todos ellos con la misma persona es sorprendente y surrealista. Te deja tocado, pero la cosa va a más. Una discusión de tráfico en una carretera solitaria, una camarera que recibe fortuitamente en una noche de lluvia a la persona que hundió su vida y la de su familia, un hombre que se siente permanentemente estafado y humillado por la burocracia, un millonario cuyo hijo se ha cargado accidentalmente con el coche a una mujer embarazada y ha escapado, una novia que se mosquea el día de su boda ante la probable infidelidad de su pareja, forman el contenido de estos relatos que efectivamente acaban siendo salvajes.

El guionista y director Damián Szifrón revela tanta imaginación como feroz gracia. También un conocimiento lleno de acidez sobre el comportamiento de la naturaleza humana en situaciones límite y en cómo lo que parece cotidiano se puede transformar en un volcán. Es una película insólita, inteligente y mordaz que siempre te inquieta y en bastantes momentos te hace reír, una tragicomedia muy bestia en la que puedes llegar a identificarte con un poco de vergüenza en actitudes que consideramos irracionales, extremas y devastadoras. Y, cómo no, agradeces mucho que se haya colado una comedia en Cannes. Los festivales parecen sentir alergia hacia este género impagable. Las risas no parecen serias y no se prodigan en estos sitios tan cultivados.

No te ríes nada en Saint Laurent, la biografía de aquel modisto (antes los llamaban así, no iba aparejado machaconamente el título de artista) llamado Yves Saint Laurent que ha perpetrado el abominable director Bertrand Bonello, señor al que apreciaba mucho la crítica vanguardista. El problema es que tampoco te provoca ningún otro tipo de sensaciones, exceptuando el tedio ante la viscosa personalidad del hombre que revolucionó la moda. Desconozco si el biografiado se parecía al personaje que describen en esta película, pero aquí ignoro dónde reside el menor encanto de este tipo amanerado hasta la náusea, autodestructivo sin interés, más hierático que fascinante.

Bonello describe con estilo plúmbeo la gloria creativa y las desventuras personales de Saint Laurent desde los compulsivos años sesenta hasta su muerte. Admito que la moda esté en deuda con el arte de Saint Laurent, pero el retrato que el director hace de él y de su entorno, habitado por una fauna especializada en los pasotes lánguidos y continuos, las modelos yonquis, gigolós vaporosos y chaperos de lujo, un perrito al que le dan caviar y que la palma por sobredosis de drogas, las presiones mercantiles en ese negocio tan artístico, el amor y la admiración que le profesan al gurú la gente que trabaja para él, lo único que me provoca es la sensación de estar perdiendo el tiempo observando las sofisticadas vivencias de gente que no me importa nada, ni sus triunfos ni sus tragedias, ni lo que hacen, ni lo que dicen, ni lo que piensan. Todo me resulta cargante en este aburrido biopic con inútiles pretensiones de complejidad.

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