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LA CARA 'B' DEL MUNDO: LONDRES

Tres siglos dentro de la botella

El marchante de vinos Berry Bros & Rudd conserva el aroma de 1698

Maderas nobles, botellería de primera y un irresistible sabor británico en el los locales de Berry Bros & Rudd, en Londres.
Maderas nobles, botellería de primera y un irresistible sabor británico en el los locales de Berry Bros & Rudd, en Londres.Ione Saizar

Atravesar el umbral del número 3 de Saint James’s Street y entrar en la tienda de vinos de Berry Bros & Rudd es viajar varios siglos atrás. Allí siguen las planchas de madera que han cubierto el suelo desde siempre, marcadamente inclinadas hacia un lado de la estancia. El molino en el que se molía el café. La balanza en la que se pesaron clientes famosos como lord Byron, William Pitt el Joven o el Aga Khan. Allí se exhiben las botellas, muchas vacías, de caldos con nombre de elixir de dioses: Clos Blanc de Vougeot de 1919, Tokay Essence de 1874, Grande Fine Champagne Cognac de 1830…

La casa fue fundada en 1698 por la viuda Bourne, que olfateó el negocio cuando, al arder el palacio de Westminster, Guillermo III trasladó al palacio de Saint James su residencia londinense. Con la corte apenas a unas decenas de metros, la viuda Bourne se instaló en el vecino número 3 de Saint James’s Street para vender café, especias y cualquier producto que encandilara a los cortesanos de la época. Todavía hoy cuelga de la fachada el viejo cartel con un molinillo de café que permitía a letrados e iletrados saber que allí podían comprar lo que entonces se consideraba una bebida de supremo exotismo.

En 1788, los Berry llegarían al negocio por la vía matrimonial cuando la mujer de John Berry, marchante de vinos de Exeter, heredó el establecimiento. Su hijo George, que entonces solo tenía un año, fue declarado heredero. Fueron los hijos de este, George y Henry, los que le dieron parte de su nombre actual, Berry Bros, o hermanos Berry. Los Rudd, marchantes de vino en Norwich, entraron después de la I Guerra Mundial, aportando sus enormes conocimientos en clarete de Burdeos.

Berry Bros empezó a suministrar productos a la Familia Real en 1760, durante el reinado de Jorge III, y en 1903 el rey Eduardo VII les concedió por primera vez el Royal Warrant que certifica su condición de proveedor oficial. Hoy disfrutan del mismo sello concedido por Isabel II y por el príncipe Carlos. Hace unos días, Berry Bros & Rudd estaban entre los 200 proveedores reales que expusieron sus productos en los jardines del palacio de Buckingham.

Allí estaban parte de las botellas en miniatura que la compañía manufacturó en los años veinte del siglo pasado para la casa de muñecas de la reina María, con los caldos originales en el interior de cada minúscula botella. O uno de los inmensos tomos en los que los empleados anotaban las compras de cada cliente, incluidos reyes y príncipes. El producto que más llamó la atención fueron las pequeñas botellas del licor The King’s Ginger, creado en 1903 a petición del médico de Eduardo VII para tonificar al monarca tras sus paseos invernales en su primer carro sin caballos, un coche Daimler. Este corresponsal puede garantizar que un chorrito de este licor convierte en una delicia un mediocre helado casero de limón.

Las relaciones entre Berry Bros & Rudd y la realeza tienen también su lado picante. Una de las paredes de la bodega familiar en Saint James’s formaba parte de la pista de tenis que Enrique VIII se había hecho construir ahí en el siglo XVI para poder visitar a su entonces amante, luego reina y finalmente ejecutada, Ana Bolena.

El local del número 3 de Saint James’s Street, con un comedor para recepciones privadas y cursos de vino en el sótano, es una caja de sorpresas. En la planta baja, al fondo, está el llamado The Parlour, un pequeño comedor extraordinariamente luminoso decorado con viejas botellas, caricaturas de gente famosa que fueron portada del Vanity Fair y la primera botella, con etiqueta y todo, del legendario whisky Cutty Sark. Ahí, entre copa y copa, surgió la idea de fabricar un whisky de color pálido que fuera fácil de vender en el lucrativo mercado de Estados Unidos, con márgenes enormes gracias a la prohibición de vender alcohol.

El nombre y la etiqueta fueron idea del artista James McBey, cuyo retrato está en lugar preferente en el Parlour. Cutty Sark ha sido durante decenios el pulmón financiero de la casa pero los Berry lo vendieron hace tres años para lanzar su propia marca. La joya de la corona es ahora No3, una ginebra tipo London Dry creada al gusto de los Berry con tres especias (enebro, cilantro y cardamomo) y tres frutas (piel de naranja, pomelo y raíz de angélica). La receta fue cocinada por los máximos expertos del sector, la familia holandesa DeKuyper, cuya destilería, más antigua que el negocio de los Berry, se remonta a 1695.

La No3 es perfecta para el rey de los cócteles de ginebra, el Dry Martini. Así lo asegura Alessandro Palazzi, alma mater del bar del vecino Dukes Hotel y amigo de la casa, mientras revela sus secretos: la copa ha de estar helada y también la ginebra porque cobra una densidad perfecta; se rocía la copa con unas gotas de vermut seco, se decanta la ginebra y se exprime sobre ella un trozo de piel de limón dulce con la que luego se acariciará el borde de la copa antes de introducirla en la misma. Ni stirred, ni shaken, ni aceituna.

“Aunque tiene 300 años y todo parece muy tradicional, es un negocio muy moderno que está siempre cambiando. Fuimos el primer marchante de vinos que puso en marcha una página web”, presume Luke Tegner, responsable del negocio de bebidas espirituosas. Y explica que la tienda de Saint James’s Street ya solo genera el 3% de las ventas. El grueso del negocio está en Internet, en la gigantesca bodega climatizada de Basingstoke, en las filiales de Hong Kong, Tokio y Singapur o en el mercado virtual de vino, el Berry’s Broking Exchange (BBX), que permite a los inversores comprar y vender vino que se almacena en Basingstoke.

Pero no hay nada como una visita al número 3 de Saint James’s. “Todos son bienvenidos”, proclama Tegner. Lo mismo quien quiere gastar 9.000 euros en una botella magnum de Petrus 1988 que quien se conforma con “nuestro vino más vendido de todos los tiempos”: un Good Ordinary Claret, a 10,5 euros.

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