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No hay catalanismo sin clase media

Lo ocurrido en Cataluña tiene que ver con la disrupción general, con el añadido de la imprudencia secesionista y la incompetencia de sus políticos e intelectuales

Parte de las clases medias maltratadas por la crisis de 2008 han quedado sin norte político y quién sabe si se suman al voto antisistema o prefieren ubicarse en el abstencionismo. En Cataluña, con Convergència en liquidación por rebajas, un Partido Popular en horas decaídas y un PSC que busca urgentes cuotas de poder, ¿es posible que las clases medias que históricamente sustentaron el catalanismo tengan que optar entre lo que represente Ada Colau y Ciudadanos? La escora izquierdista de ERC o más bien su incapacidad intrínseca de liderar algo constructivo tampoco tienen mucho atractivo para unas clases medias que en la larga travesía por la precariedad económica vieron que Jordi Pujol se inmolaba como tótem de la vieja tribu.

Unánime en su conversión fulminante al independentismo, por el camino de la secesión el nacionalismo ha perdido a unas clases medias que no entienden que Convergència pueda haber llegado a depender de la CUP ni están dispuestas a correr el riesgo de que una Cataluña independiente fuese a quedar fuera de la Unión Europea. Por muchas crisis que pueda padecer la UE y entre ellas los populismos de izquierda y de derecha, la centralidad de las clases medias en el caso de Cataluña parece optar por un “a pesar de todo mejor dentro que fuera”. Por qué razones el independentismo no había calibrado ese efecto o supuso que la sociedad catalana iba a creer que, al desconectar de España, seguiría en la UE, requerirá análisis pormenorizados. Por ahora, lo que se percibe es que una incertidumbre abrumadora ha resquebrajado los consensos catalanistas, la cultura del catalanismo y su proyección hispánica.

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En su día aparecieron historiadores dispuestos a fabular unos orígenes del catalanismo a partir del obrerismo pero lo más evidente es que sin clases medias no hubo ni hay propensión catalanista. De sedimentar un panorama polarizado entre Ada Colau y C's se podrá argumentar que el independentismo y el nacionalismo entregado por completo al proceso de secesión, han finiquitado el catalanismo, sumándose al torpedo que la crisis económica lanzó contra la línea de flotación de las clases medias, en todo el mundo. Según las encuestas del Pew Research Center, en los Estados Unidos se debilita el rol hegemónico de las clases medias, precarizadas, temerosas, cada vez menos decisivas. Y a la vez con más sobrecarga fiscal, abandonada por los lideratos clásicos. Es, en parte, el fenómeno Donald Trump.

En realidad, como apuntaba Francis Fukuyama, una de las incógnitas de estos tiempos será saber si la democracia liberal podría sobrevivir al eclipse de las clases medias. Caído el marxismo, la izquierda ha buscado sustitutos en la postmodernidad, el multiculturalismo y ahora mismo en la arcaica dialéctica anti-sistema. Sospechamos que difícilmente podrá sustentarse el sistema sin la adhesión de las clases medias que hasta anteayer confiaban en las instituciones públicas inclusivas que son imprescindibles en todo desarrollo económico. De forma equiparable, los populismos a la derecha —carentes de soluciones operativas— tampoco seducen masivamente a las clases medias que han visto reducida su capacidad adquisitiva, la confianza en la política o el valor del ahorro. Pero la desconfianza general no mengua. Es un signo del post-catalanismo, más próximo al emocionalismo que a la racionalidad. Pronto veremos el impacto de la frustración secesionista.

Es así: en Cataluña, la licuación del catalanismo tiene mucho que ver con la disrupción general, con el añadido de la imprudencia secesionista y la incompetencia de sus avalistas políticos e intelectuales. Es probable que estén cambiando las formas identitarias y que la sociedad civil catalana, según todas las apariencias, esté cada vez más desestructurada y a la vez sea mucho más diversa. Y a la vez las clases medias se angostan en lugar de expandirse.

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Se ha producido una disrupción todavía difícilmente definible. El deterioro de los valores comunes y de los vínculos sociales y culturales tiene las características del rastro que seguramente dejaba una estampida de dinosaurios. Pensemos por ejemplo en un futuro inmediato en el que Gran Bretaña salga de la UE, Trump se aposente en la Casa Blanca y Marine Le Pen en el Elíseo. Supongamos además otra crisis del euro, aludes inmigratorios y nuevos atentados jihadistas. La respuesta menos adecuada es el narcisismo político, la práctica imposibilidad de un nuevo lenguaje político o empeñarse en recomponer lo que Artur Mas destruyó.

Valentí Puig es escritor.

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