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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Desigualdad: el tema

Ha habido demasiada gente que ha funcionado con reglas muy distintas a las del resto.

Joan Subirats

El debate sobre desigualdad crece en todo el mundo. Se está convirtiendo, de hecho, en el problema central a escala global y local. Está en el centro de las negociaciones entre partidos para formar gobierno en España, forma parte de los temas prioritarios de la agenda del nuevo gobierno de la Generalitat, y es también central en el inicio de campaña para las presidenciales del 8 de noviembre en los EEUU. Los informes de Intermon-Oxfam a escala global encuentran su correlato en Barcelona con los datos sobre desigualdad entre barrios. Desigualdad en renta, desigualdad en esperanza de vida, desigualdad en oportunidades de ascenso social, desigualdad en niveles educativos, desigualdad en acceso a la vivienda… Y, a pesar de todo ello, nadie puede afirmar que se trata de un problema nuevo. ¿Qué es lo que explica su creciente significación?.

No creo que haya un único factor, ni que tampoco lo que sirve para explicar lo que acontece en un país nos sirva igualmente para otro contexto. Algunos elementos son comunes. Financiarización económica que permite menor enraizamiento territorial y más facilidad para evadir y eludir obligaciones fiscales, lo que provoca mayor acumulación de rentas por un lado y menores recursos para los poderes públicos para seguir o reforzar sus políticas redistributivas. Las interacciones entre globalización y cambio tecnológico generan asimismo efectos significativos en los mercados de trabajo, expulsando prematuramente a ciertas personas, precarizando otras, o simplemente reduciendo salarios de manera generalizada.

¿Aumenta la desigualdad?. En Europa no de manera espectacular, pero si que aumenta la percepción de inseguridad o de mayor vulnerabilidad frente a un futuro incierto por parte de aquellos que vieron reforzada su calidad de vida en los años de crecimiento continuado . Y, al mimo tiempo, se constata una muy distinta distribución de los costes y beneficios derivados de la crisis entre los diferentes colectivos y espacios. Nuestro propio relato está teñido de elementos generalizables y de algunos específicos: ha habido demasiada gente que ha funcionado con reglas muy distintas a las del resto de los mortales. Ese 1% multiforme y variopinto que no sufre lo mismo que los demás y que además se cachondea del prójimo alardeando de poder, de coches, aviones y demás expresiones de su estatuto especial. Lo de la gente que circula con reglas distintas es común a muchos otros entornos. La cutrez con que ello se expresa en muchos de los casos de corrupción cercanos, eso ya es menos generalizable. Y he ahí otra de las claves de la notoriedad del tema desigualdad: los efectos que genera el establecer parangones o comparar niveles de calidad de vida entre personas que viven en un mismo entorno.

¿Podemos hacer algo ante ello o es algo inevitable, fruto del cambio de época que atravesamos?. Convendría, ante todo, repensar las políticas públicas que tradicionalmente se han dirigido a tratar de reducir los niveles de pobreza y de desigualdad. Hay suficientes evidencias que muestran que lo que servía hace unos años, tiene ahora efectos no siempre deseables. Políticas pensadas para responder a un conjunto homogéneo de personas tienen efectos no siempre deseables al aplicarse a casos cada vez más diversos y específicos. En general, las personas con mejores capacidades y recursos se aprovechan más de esas políticas indiferenciadas. Están mejor los laboralmente estables que los precarios. Si las respuestas son más territorializadas, si son más comunitarias que estrictamente institucional-burocráticas, y si potencian la autonomía personal y las relaciones sociales, acaban funcionando mejor, aunque el nivel de recursos empleado sea el mismo. Dice también Anthony B.Atkinson en su magnífico libro Inequalities. What can be done? que conviene establecer y reforzar medidas predistributivas, como salarios mínimos, una renta de garantía para niños, formación específica para evitar exclusiones digitales, autoridades capaces de gestionar fondos soberanos o reforzar la presencia de actores colectivos en la toma de decisiones. Por mucho que volvamos a crecer, la desigualdad seguirá siendo un problema. Y los países más desiguales está demostrado que son países en los que se vive peor. La globalización no debería impedir hacer política a favor de una sociedad menos desigual. El problema es global, pero tiene métricas y matices distintas en cada país. Las respuestas deben ser globales (en materia fiscal, por ejemplo) pero pueden y deben ser también locales.

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