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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

La nada de Artur Mas

Desde su proverbial inmovilismo, Rajoy engordó el independentismo. Pero nada tiene que ver ahora con la huida hacia adelante del presidente en funciones

J. Ernesto Ayala-Dip

Artur Mas es el presidente de una Generalitat desactivada. Desactivada por él mismo. Si el presidente del Gobierno español optara por el artículo 155 de la Constitución, se encontraría con la faena prácticamente realizada. No hay ningún indicio de que la máxima institución catalana (sí, la máxima institución, aunque en su partido y compañeros de mudanza al monte han preferido ignorarlo como principio de irrealidad) sirva para algo que no sea crear una inmensa y grave incertidumbre entre la población (a la que se debe, por imperativo moral y porque sus miembros de todos los niveles administrativos perciben un salario para hacer ese trabajo de servicio y no para generar ideología, por más respetable que esta sea).

Es verdad que no está solo en su porfía contra el Gobierno central. Le apoyan los diputados de su partido (suponiendo que su partido lo siga siendo), Esquerra Republicana y los diez vitales de la CUP, sin los cuales Artur Mas no podrá ser investido presidente. Pero la institución como tal está parada, la máquina de poner en funcionamiento lo que se aprueba —suponiendo que se aprobara algo que beneficiara directamente a los ciudadanos, sean del color que sean políticamente— está neutralizada por una mayoría de escaños que no suponen la mayoría de la población catalana.

Y ese increíble paro de actividades se debe sustancialmente a que no hay gobierno (y no será porque no se haya invertido dinero público y tiempo en montar unas elecciones para que lo haya, además de arrojarnos cifras irrebatibles sobre qué porcentaje de ciudadanos de Cataluña quieren la independencia). Por no haber, tampoco hay parlamento, que ya es decir. No hay nada parecido a un lugar donde se propongan y se aprueben leyes que hagan la vida de los ciudadanos más acorde con sus expectativas de confort (y felicidad, claro, faltaría más), además de hacer lo posible y lo imposible porque aquellas familias que no pueden llegar a fin de mes, lo puedan hacer.

Mas prefirió desactivarse él solito, además de a su partido y a casi toda Cataluña, en lugar de insistir con la perseverancia de los verdaderos estadistas

Hace unos escasos dos años, Artur Mas estuvo muy cerca de ser un hombre de Estado. Que no llegara a serlo es achacable también a Mariano Rajoy, que también lo pudo ser y no supo. Pero hoy ya no podemos seguir culpando al presidente de Gobierno de tamaña irresponsabilidad de Artur Mas.

Desde su proverbial inmovilismo, Rajoy engordó las bases del independentismo. Pero ese mismo inmovilismo nada tiene que ver ahora con la huida hacia adelante del presidente en funciones. Hubiera sido un hombre de Estado realmente si hubiera canalizado la frustración de una parte importante de la ciudadanía (aunque nunca la mayoría de la población), contando los que también se siente frustrados sin ser independentistas, en buscar apoyo en los sectores que declararon ser afines a una búsqueda responsable del encaje de Cataluña en España. No le hubieran faltado amigos en esa ruta. Incluso fuera de Cataluña, empezando por acreditados juristas que veían realizable una reforma de la Constitución que redefiniera un estatus distinto de Cataluña en base a su personalidad cultural y lingüística. Incluso ahora ya comienza a pedirse un referéndum vinculante acordado con el gobierno central desde posiciones de izquierda. Un referéndum que el PSOE no sabe y no quiere defender, haciendo que esa falta de valentía política lo alinee al lado del PP y Ciudadanos en la defensa a ultranza de la unidad de España.

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Pero Artur Mas prefirió desactivarse él solito, además de a su partido y a casi toda Cataluña (a independentistas y no independentistas de a pie), en lugar de insistir con la perseverancia de los verdaderos estadistas. Y hacerlo con las fuerzas más progresistas de España para que fuese una nación de naciones auténticamente federal. Setenta años esperaron los escoceses para poder convocar un referéndum de independencia. Lo reconoció el mismo ex primer ministro escocés, Alex Salmond, en la televisión pública catalana. Y lo expresó como si rezara: “setenta años no son nada”. A Artur Mas lo engañaron las fechas fetiche. Alguien se la susurró al oído, 1714. Y él se la creyó. Ahí se inició la nada jurídica y de gobernanza que comenzamos a padecer.

De esos dos hombres de estado que pudieron ser, solo queda Rajoy para simular patéticamente que ya lo es. Artur Mas simula que lo será en otra dimensión, sacrificando por esa la más cercana y realizable que es por la que muchos nos hubiéramos jugado seguir erre que erre. Ahora un servidor solo desea que los estadistas que no supieron ser, estén a tiempo de retirarse o ser retirados de su cuartel de pirómanos.

J. Ernesto Ayala-Dip es crítico literario

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