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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

La CUP que dijo ‘no’

Nació porque aprendió antes que nada a decir 'no', y eso no se desaprende a cambio de un comisariado cultural

Jordi Gracia

El pressing más fuerte al que está sometida la CUP no es el de votar a Mas presidente o meter o no su pezuña de jabalí en la moqueta de Palacio. El pressing que se está ejerciendo sobre la CUP tiene otra naturaleza más perversa. Les están exigiendo la madurez resabiada, la buena madurez que sirve para tomar decisiones difíciles con el temple y el mentón imperturbable, que sirve para condenar a la exclusión a capas sociales sin visibilidad mediática ni capacidad de respuesta y decir que se está protegiendo el Estado del Bienestar, para desproteger los bienes públicos mientras se invoca la obediencia a Bruselas; para desvalijar entidades públicas y venderlas como redención integral de la economía; para teledirigir el sistema público de información en una dirección obstinada y excluyente mientras se invoca la ecuanimidad informativa y la obediencia al pueblo; para achatar hasta la ridiculez la formación intelectual y humanística de la enseñanza mientras se vende la moto de la actualización de la enseñanza 2.0 a las nuevas tecnologías; para privatizar la sanidad pública mientras se cuentan milongas de libertad de elección; para financiar a la escuela privada y carísima y católica mientras se invoca la libertad de los padres y se calla el deber de auxiliar a los que no tienen padres —o los tienen sin dinero—; para encarar con optimismo los sacrificios del futuro independiente porque no va a haber sacrificios sino santos mártires en primera fila y una innumerable lista de damnificados que no saldrán por ningún sitio, hayan querido o no una Cataluña independiente; para perder el miedo a las corbatas y los trajes y dejar las sandalias de pobre en su sitio porque el poder no actúa contra el poder y nunca, nunca pierde las formas porque si pierde las formas pierde el poder; para no intimidar a nadie más preguntándole si tiene miedo a lo que pueda pasar y resultar que sí que pasa y muy grave; para dejar de preguntar y empezar a pelotear con las bolas de colores de la responsabilidad, como en un semáforo callejero, y empezar a aprender lo que hay que aprender de verdad en la madurez política, que es buscar culpables por todos lo sitios menos en casa.

Pactar con ERC sería una cosa, pactar con 30 diputados de Convergència, otra, y otra muy distinta

No soy votante de la CUP pero me parece un alcalino óptimo para desenmascarar movimientos oportunistas, calculadores y económicamente blindados, derechonas catalanas disfrazadas de liberadoras escuadras solidarias para hacer el bien. Me siento a veces tan ingenuo como algunas de las proclamas ideológicas de la CUP aunque a menudo no sean las mismas que las mías porque ni me gusta su intransigencia independentista como dogma de fe, ni me gusta la determinación con que han decidido combatir el capitalismo sin prever antes los parches que aplicarán a las heridas sangrientas que dejará la batalla, ni me gusta tampoco que sueñen con escapar a las dinámicas de corbata de la Europa actual porque pueden vestirse como les dé la gana en Bruselas.

Sí me gustan muchas otras cosas aunque a la vez me intimidan: sí me gusta que crean en una forma de decisionismo asambleario pero no que crean que las asambleas pueden gobernar, me gusta que invoquen la limpieza política como condición de sus pactos pero no que olviden que la CUP nació porque aprendió antes que nada a decir no, y eso no se desaprende a cambio de un comisariado cultural o una partida presupuestaria. Pactar con ERC sería una cosa, pactar con 30 diputados de Convergència, otra, y otra muy distinta y casi estrafalaria sería actuar como aval o legitimador desde la izquierda de un Gobierno que hereda a la actual derecha. Aprender a decir no es la primera condición de la madurez que merece la pena, según El hombre rebelde de Albert Camus, aunque esa rebeldía pueda llegar a dejar la huella de la pezuña cerca de Palacio, pero sólo para salir corriendo enseguida ante la intuición de no poder controlar a qué se sirve, a quién se sirve, contra quién se sirve y por qué se sirve. La madurez de Camus puede contestar a todas esas preguntas cuando dice no, y la CUP existe porque mucha gente empezó a decir no en barriadas, en pueblos pequeños, en pequeñas capitales. Ese es su sentido ideológico, aunque sea más difícil seguir siendo hoy la CUP que dijo no.

Jordi Gracia es escritor y ensayista

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Sobre la firma

Jordi Gracia
Es adjunto a la directora de EL PAÍS y codirector de 'TintaLibre'. Antes fue subdirector de Opinión. Llegó a la Redacción desde la vida apacible de la universidad, donde es catedrático de literatura. Pese a haber escrito sobre Javier Pradera, nada podía hacerle imaginar que la realidad real era así: ingobernable y adictiva.

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