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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Gatillazo irreversible

Yendo en solitario, Unió ha fracasado y el estéril 2,5% de votos que ha obtenido es justo el porcentaje que le ha faltado al campo independentista para superar el 50%

Durante la pasada campaña electoral algún observador ingenioso hizo notar que el nuevo logo de Unió Democràtica —el logo con el cual los de Duran Lleida anunciaban su recobrada soltería, tras divorciarse en junio de Convergència— recordaba, por la forma y el color, una píldora de Viagra. Pues bien, ni siquiera tan estimulante reclamo ha conseguido levantar la cotización en las urnas del histórico partido democristiano: por primera vez desde 1932, UDC estará ausente del Parlamento catalán.

Se ha dicho, como circunstancia atenuante, que era también la primera ocasión en ocho décadas (desde noviembre de 1933, cuando obtuvo en Barcelona entre 2.200 y 5.400 votos) que Unió concurría a unos comicios en solitario. No es del todo exacto: después de romper el largo y provechoso matrimonio con CDC —y perder en el envite a casi la mitad de su militancia— UDC estableció una coalición de facto con el Grupo Godó de comunicación, el cual ha brindado a la candidatura encabezada por Ramon Espadaler un apoyo cuantitativo y cualitativo sin proporción alguna con la fuerza que le atribuían las encuestas ni, menos todavía, con los cien mil votos finalmente obtenidos.

No, contra lo que hoy sostienen sus dirigentes, el fracaso de Unió no se debe ni a la escasez de medios materiales, ni a la falta de tiempo para dar a conocer su oferta. Hombre, claro que 37 años de existencia parasitaria a expensas de Convergència difuminaron un poco el perfil del veterano partido y le hicieron olvidar qué significa la lucha por la vida en la selva electoral; pero a cambio le reportaron enormes rentas (en términos de poder institucional, de influencia social, de financiación, etcétera), rentas que, desde 1987, Duran Lleida supo maximizar con mano maestra. A la vista de los resultados del 27-S, resulta impactante recordar que, dentro de CiU, Unió ha llegado a tener en el Parlamento catalán hasta 17 diputados (en 2010-12), o que tiene todavía 6 escaños en el Congreso, 3 en el Senado y uno en Bruselas.

A mi juicio, el fiasco de UDC refleja sobre todo la obsolescencia de su discurso electoral: las continuas apelaciones al manido tópico del seny (el lema La força del seny, la plataforma Catalans pel seny...), tan sobado e inocuo que incluso lo ha utilizado la plataforma ultraespañolista Libres e Iguales; el cultivo de un miedo fantasmático a otro “tripartito de izquierdas”, como si la apuesta independentista no fuese muchísimo más audaz; o los llamamientos a los “convergentes de toda la vida” a votar Unió. El problema, con los “convergentes de toda la vida”, es que ya no existen, igual que no existe la “Convergència de toda la vida” y ni siquiera el concepto de “toda la vida”, entendido como la época en que Duran y los suyos medraban a la sombra de Pujol, entre ambigüedades y peixos al cove.

No haber querido asumir nada de esto explica, por ejemplo, que en Vic (la ciutat dels sants, patria chica de Ramon Espadaler y gobernada durante décadas por alcaldes democristianos) Unió cosechase el domingo el 2,9% de los votos, frente al 66,7% de Junts pel Sí. Es la tónica general incluso en la Cataluña más profunda y tradicional —no digamos en la metropolitana— y se trata de un estado de opinión que no va a cambiar en los próximos tres meses: si UDC llega a presentarse sola a las generales, sufrirá otro descalabro aún peor.

El fiasco de UDC refleja sobre todo la obsolescencia de su discurso electoral
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Así las cosas, Josep Antoni Duran Lleida compareció el domingo por la noche ante la histórica bandera del decano entre los partidos soberanistas parlamentarios de este país (Carrasco i Formiguera, Roca i Caball, el abuelo Romeva debieron de removerse en sus tumbas) para anunciar que, el 17 de octubre, pondrá su cargo a disposición del consejo nacional; o sea, a disposición de sí mismo, porque desde junio el consejo es más que nunca hechura suya.

En cualquier sistema democrático, el líder de un partido que ha pasado de 13 diputados a ninguno dimite de manera fulminante y se marcha a casa. O a algun otro lugar más rentable. Porque fíjense que el estéril 2,5% de votos captado por Unió es exactamente el porcentaje que le ha faltado al campo independentista para superar el simbólico 50%. Y tal vez en el Madrid del poder haya quien quiera agradecerle a Duran este último servicio.

Joan B. Culla i Clarà es historiador

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