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Crónica
Texto informativo con interpretación

Fantasía y fuga

El conceptualismo romántico es un arte que tiene que ver con la experiencia y actúa como una especie de exorcismo…

Obra de Fito Conesa que puede verse en La Galería Encantada de Barcelona.
Obra de Fito Conesa que puede verse en La Galería Encantada de Barcelona.

La Encantada es una galería de arte pequeña, pequeñísima, que se llama así porque precisamente ocupa un local en el edificio de los Encantes nuevos, ese edificio de paredes verdes en la calle Valencia, en cuyo interior los enredados corredores discurren entre tiendas de muebles y toda clase de enseres de ocasión, mientras suena por los altavoces mentales la canción de Ia y Clua Drama de merceria, olvidada como el resto de su repertorio inolvidable. Por cierto que alguna de esas tiendas también expone objetos curiosos, dignos de figurar en el libro El Rastro de Gómez de la Serna. La Galería Encantada tiene echada la persiana la mayor parte del mes, para que te abran hay que establecer cita con los galeristas, Patricia Carrasco y Pedro Galván, de cuyo entusiasmo positivista emana el fresco perfume de la juventud, un aire encantador de bohemia del siglo XXI, quizá conceptualista-romántico, como de la obra que allí presenta Fito Conesa: Fantasía y fuga para Tsushima.

Si explico correctamente esta obra —y quizá luego, si me queda espacio, alguna otra— el lector verá en qué consiste el Conceptualismo romántico, corriente o práctica o tendencia artística que conculca lo que en su mismo nombre parece un oximoron, pues el arte conceptual por definición parece que tenga que ser frío; pero hay también un arte conceptual que tiene que ver con lo humano, con la Historia, con lo empático, con lo empírico, con la experiencia personal, y que actúa también como una especie de exorcismo…

La principal pieza expuesta de la que irradia toda la obra es una carta naval de la U.S. NAVY, un mapa de la isla de Tsushima que había intrigado siempre, en el hogar familiar, al niño Fito. ¿Qué hacía ese mapa americano de una isla japonesa, en su casa de Cartagena? En esa isla, el 27 de mayo de 1905 se libró, durante 24 horas, una batalla naval, cuyas incidencias quedaron documentadas hora por hora, entre la armada japonesa del almirante Togo y la flota rusa del almirante Rozdestvenskii. Batalla que fue decisiva para ambos imperios: el del zar emprendió aquí el declive fatal de la monarquía que conduciría a la primera guerra mundial y a la Revolución, y el Japón emergente presentó con su aplastante victoria en estas aguas la tarjeta para participar en el baile del Concierto de las Naciones.

Un 27 de mayo nació precisamente Fito, y esa coincidencia subrayada por la presencia incongruente del mapa fue desarrollando en el niño una obsesión particular que el artista cultivó metódicamente, paranoico-críticamente, hasta aprender de memoria los detalles de la batalla y de sus protagonistas, realizar un retrato híbrido de los dos almirantes, disponer en la galería una serie de documentos, frases y otros materiales relativos a la batalla y escribir una composición musical para trío de cuerda cuya partitura también se presenta en la exposición de La Galería Encantada y que repite exactamente las peripecias del combate: el cello representando el mar con una melodía estática; el violín, que dispone de registros más agudos y una sonoridad más cercana, reproduce compás a compás las maniobras de la flota japonesa; y la viola, de connotaciones más graves, las de la flota rusa. Esta batalla transformada en música la repetirán los instrumentistas de Fito Conesa próximamente, en un escenario aún por confirmar.

Como él, también es músico el artista holandés Guido van der Werve, cuya melancólica performance Nummer veertien, home (Número 13, Hogar), registrada en una película de 54 minutos, y que incorpora un Réquiem para sí mismo, se puede contemplar dentro de exposición Las variaciones Sebald en el CCCB.

Van der Werve corre, pedalea y nada en un extenuante triatlon desde la Iglesia de la Santa Cruz en Varsovia hasta el cementerio de Père Lachaise en París, donde está enterrado el cuerpo de Frédéric Chopin, salvo su corazón: en octubre de 1849 (inmediatamente después de su muerte) su amante hermana Ludwika cumplió el deseo de Chopin enterrando su corazón en esa iglesia de Varsovia. Van der Werve hace el viaje a la inversa, y en el trayecto se prende fuego, cuelga en el vacío, cruza bosques y ríos, puentes, jardines y autopistas, asiste a la representación de su réquiem e intercala extrañas alusiones al viaje de Alejandro Magno desde Macedonia a su tumba en Babilonia —Chopin, Alejandro y Van der Werve salieron de “casa” a los 19 años, para no volver—, entre otras acciones misteriosas y poéticas, hasta el acto final junto a la tumba de Chopin, titulado Ya no siento dolor, eco críptico de las últimas palabras del compositor polaco.

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Dos casos de conceptualismo romántico puro, a rabiar, locamente romántico.

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