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Los militares esgrimen en la Gran Vía

El Centro Cultural de los Ejércitos, desconocido por el público civil, busca nuevos socios

Pablo León
Casino Militar, en la calle Gran Via 13 de Madrid y sus clases de esgrima.
Casino Militar, en la calle Gran Via 13 de Madrid y sus clases de esgrima. LUIS SEVILLANO

Resuena un piano en el número 13 de la Gran Vía. Tres personas escuchan la música en la planta baja del Centro Cultural de los Ejércitos; el Casino Militar, como lo conoce todo el mundo. Este edificio, inaugurado en 1916 por Alfonso XIII, acoge todo tipo de actividades: clases de esgrima, zarzuelas, coloquios o mercadillos. “La institución fue fundada por un grupo de generales”, cuenta Carlos Valverde, general presidente del centro. Aunque su fachada, de inspiración modernista, llama la atención a cualquiera que pasee por la avenida madrileña, pocos entran. Tras sus puertas se esconden un restaurante; una biblioteca, con libros centenarios, entre ellos un incunable, o multitud de muestras abiertas al público.

“Ponme un mosto y dos cervezas para mis amigas que vienen ahora”, dice María del Carmen, de 87 años, alzando la voz sobre los acordes del piano. Como todos los jueves, acaba de cruzar la sala con un lustroso abrigo de piel. “Quedamos a la hora del vermú”, cuenta esta hija de militar que con 17 años ya visitaba la institución.

Para poder entrar al Casino hay que ser socio o bien ser invitado por uno de estos. La membresía se obtiene de diversas maneras: Siendo oficial general, en activo o retirado (socio numerario) o formando parte de un ejército extranjero; siendo familia de un castrense o cualquier persona avalada por otros dos socios.

Socios y visitantes

El Casino Militar tiene 1.200 socios, que pagan entre 11 y 16 euros.

La membresía da acceso a la biblioteca, al gimnasio, al club y a todas las actividades que se organizan. También a las habitaciones, desde 30 euros.

A la cafetería se puede acceder acompañado por uno de los socios. Todos los libros de la biblioteca se pueden consultar, previa petición.

El restaurante, la peluquería, las exposiciones o las tertulias son actividades abiertas al público.

El edificio se puede visitar, con un guía que cuenta su historia (1 euro por persona), si se organiza un grupo de al menos cinco personas.

“Y pagar la cuota”, apunta Valverde (11 euros los numerarios, 16 los supernumerarios). Con ese dinero —hay 1.200 asociados— y el que obtienen por el alquiler de salas y locales, financian toda la actividad del centro. “Manejamos entre 300.000 y 400.000 euros al año”, cuenta. “Pero no tenemos ningún tipo de subvención”, añade.

La institución fue fundada en 1871. Su primera sede se instaló en la calle Hortaleza. De ahí se trasladó al edificio que luego albergaría el llamado Hotel de los Toreros, en la Plaza de Santa Ana. Hasta que finalmente, en 1912, la asociación compró un solar en la que iba ser la avenida más emblemática de Madrid.

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“Costó medio millón de pesetas”, dice Valverde. El arquitecto Eduardo Sánchez Eznarriaga, ideólogo del Teatro Calderón, fue el encargado del proyecto, que requirió la inversión de otro millón más. “El resultado, un edificio modernista y ecléctico”, apunta Emilio Atienza, también octogenario y que está al cuidado de la biblioteca. Entre los más de 30.000 volúmenes que alberga, aparecen una Bibliaen sánscrito, un códide en latín de Alfonso X el Sabio, un libro de aritmética de 1585 y la joya de la corona: un incunable. “Está en una sala especial”, dice Atienza. El resto de los volúmenes se apilan en los estantes. “La Comunidad de Madrid catalogó los ejemplares, que son de consulta pública, pero se necesitarían unos 30.000 euros para cuidarlos”, se queja.

Los gastos del Casino Militar son variados: el IBI, los 22 trabajadores que tienen en nómina y el cuidado del edificio... “Pero los costes más altos son debido al mantenimiento”, se lamenta Valverde. Humedades, goteras, problemas de fontanería (cuyas tuberías son de hierro) o una rotura en alguna de las vidrieras emplomadas, obra de la afamada casa Maumejean, son problemas comunes de costosa solución. “Y la junta directiva no cobra nada”, matiza el general presidente. El edificio no goza de ningún tipo de protección por parte de patrimonio artístico, según un informe del Ayuntamiento. Lo pagan todo con sus propios recursos.

“Ahora, sobre todo hay personas mayores”, dice Valverde. En el restaurante, con menú de 11 euros, y en el sótano es donde se concentran los más jóvenes. Allí está la peluquería, “donde te hacen los pies o te cardan”, apunta María del Carmen; el gimnasio, donde ejercita con dedicación sus bíceps un treintañero, o la sala de esgrima. En esta última, una de las más antiguas de Europa, entrenan cada día diversos grupos. “Hay unos 140 alumnos”, cuentan desde el área de deportes. En ella también desenfundaba el florete José Antonio Primo de Rivera, como indica una inscripción, situada en una de las paredes, que recuerda a los “esgrimidores caídos por Dios y por la Patria”.

“Estamos realizado una llamada para buscar nuevos afiliados”, reconoce el general presidente. Consideran el centenario que cumple el edificio el año que viene, un buen momento. “Nuestro objetivo es mantener esto sea como sea; queremos estar aquí otros cien años más”, añade con emoción Valverde. Mientras tanto, María del Carmen y sus amigas toman un pincho de tortilla con la segunda ronda de cañas. El piano sigue sonando.

Un cheque en blanco

Hace un par de años, una propuesta llegó a las oficinas del Casino Militar. “Enviaron un talón en blanco para que lo rellenáramos con la cantidad que estimásemos oportuna”, cuenta el general presidente Valverde. Un inversor asiático, “me parece que era japonés”, estaba interesado en el edificio. “La propiedad del inmueble pertenece a los socios numerarios. No se hereda y si se vendiese, el dinero se debería destinar a una organización benéfica, como estipulan los estatutos”, explica Valverde. Es una propiedad sin derecho, por lo que los socios no obtendrían beneficios de la venta. No quieren vender, pero sí que alquilan los cuatro locales comerciales, en los bajos del edificio, algunos de ellos con puerta a la Gran Vía; los salones (en torno a 300 euros el evento) o algunas zonas del inmueble, como la pasada Navidad, cuando organizaron un mercadillo. Además, cobran una concesión anual por el restaurante y la cafetería. “Sabemos que es un lugar espectacular en una zona muy interesante, pero el Casino es de los socios y así seguirá siendo”, sentencia Valverde.

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Sobre la firma

Pablo León
Periodista de EL PAÍS desde 2009. Actualmente en Internacional. Durante seis años fue redactor de Madrid, cubriendo política municipal. Antes estuvo en secciones como Reportajes, El País Semanal, El Viajero o Tentaciones. Es licenciado en Ciencias Ambientales y Máster de Periodismo UAM-EL PAÍS. Vive en Madrid y es experto en movilidad sostenible.

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