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Tribuna
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Frotándose las manos

La apuesta de Arenas por la política autonómica siempre ha estado orientada a lograr sus objetivos en la política nacional

Reconozco que siempre he sentido cierto interés por Javier Arenas. En todo tiempo ha contado con numerosos seguidores, arenistas declarados o meros simpatizantes, y nunca ha dejado de ser necesario para quienes de entre sus correligionarios han llegado al poder —José María Aznar, su íntimo amigo Francisco Camps o Mariano Rajoy— que han confiado en él por su forma de hacer política y porque le consideraban necesario para conseguir el apoyo de Andalucía. Un apoyo que resulta completamente necesario para lograr el respaldo mayoritario a escala nacional.

 Normalmente —al menos, así le veo— la apuesta de Arenas por la política autonómica siempre ha estado orientada a lograr sus objetivos en la política nacional. Aunque, a fuerza de ello, el medio —Andalucía— casi se convierte en el fin —el poder—. Y digo casi porque Arenas se va tras haber logrado el mayor éxito del PP en esta comunidad: sacar más votos que el PSOE en las urnas. Si realmente sus ambiciones legítimas han sido estas, nada impide pensar que el abandono de Arenas de la política autonómica no es si no otra de sus estrategias para mantener su poder político tras no haber logrado hacerse con el Gobierno y con su liderazgo en tela de juicio. Y puede serlo, ya que, como escribe Maquiavelo (El Príncipe, 18, Discurso I, 25), los hombres se mueven más por lo aparente que por lo real, lo que me lleva a pensar que su marcha es una simulación ante el fracaso en las autonómicas. Si ante un momento histórico para el PP andaluz, como haber logrado más votos y escaños que nadie y haberlo conseguido además con la máxima unión vista en el partido, su artífice se marcha dando un portazo, lo normal es concluir que esta última se trata de una maniobra más de este político. Una maniobra dirigida a desconcertar y poner nerviosos a dirigentes y simpatizantes del PP además de un pulso frontal a Dolores de Cospedal ante el poder que esta ha acumulado desde la secretaría general del PP y la presidencia de Castilla-La Mancha y que a Arenas le falta.

Lo cierto es que esta decisión, que pudiera estar tomada en razón de su exclusivo interés, ha sembrado desconfianza y desconcierto en su partido. De un día para otro no hay un líder para el PP en Andalucía. Podría pensarse que el nuevo jefe popular es Juan Ignacio Zoido, a quien Arenas, y muchos otros, ya han deseado acierto en su nueva tarea de dirección. Sin embargo, estos deseos no son suficiente arsenal ante la tarea de mantener el PP en el lugar que ocupa actualmente en Andalucía y, mucho menos, mejorarlo. Y Arenas, que ha sido el muñidor de esta designación junto con Cospedal, lo sabe. El proyecto, si es así, no parece que vaya a sostenerse. Es una ficción. Lo que aupó a Zoido a la alcaldía de Sevilla no fue su liderazgo —nació para la política en el Gobierno de Aznar y ha crecido a la sombra de Arenas—, si no el agotamiento socialista, la situación de crisis o el hartazgo de los sevillanos con el gobierno municipal, entre otras causas.

Ahora, los ciudadanos empiezan a mirar con cierto recelo al Gobierno de la nación porque consideran que no se les dice la verdad —lo que ya erosionó al Ejecutivo de Zapatero e impide crecer en la oposición a quienes formaron parte del mismo— y dirigen su enfado hacia el PP. En el ámbito local, por muchas razones, y no solo económicas, el deterioro del actual gobierno municipal es un hecho, como se demostró en las elecciones autonómicas en las que el PP (apenas cuatro meses después de que Rajoy alcanzara la mayoría absoluta) no logró el apoyo de las municipales de mayo de 2011. De haberlo tenido, a buen seguro que Arenas sería el presidente de la Junta.

Si a todo esto le unimos que el aparentemente designado como sucesor no conoce la política desde su base ni parece el más indicado para rascar votos en Andalucía oriental, es más que probable que tal designación no llegue muy lejos. O, al menos, no más que la vez anterior, en la que Arenas colocó a Zoido como secretario general del PP, para quitarlo a los pocos meses y reponer a Antonio Sanz. En el fondo, pues, es probable que no haya en estos momentos un proyecto real del PP. Si es así, cuando desaparezca, todo lo que pudiera haberse construido bajo su diseño se desplomara y aparecerá de nuevo Arenas. Sería de traca, pero no me extrañaría en Arenas.

En cualquier caso, el PSOE e IU se están frotando las manos. En un primer paso, se va de la política autonómica el único que les ha ganado en Andalucía, obligando además a que se unieran en un Gobierno de coalición a dos formas de pensar con más cosas que les separan que aquellas que les unen. El que también se va a frotar las manos es Arenas cuando desde Génova o desde el Gobierno —cuando Rajoy lo reponga de ministro, allá por octubre, según se dice en los mentideros— le tengan que reconocer que es insustituible en Andalucía. Sabe mejor que nadie que aquí mantiene a sus incondicionales, a los que se van a sumar otros muchos cuando aúne a su poder —el real en Génova— el de Gobierno de España. Sin duda, Arenas sabe lo que hace aunque su hacer, una vez más, va en función de sus intereses y no de los de su partido, los de Andalucía o los generales del Estado. Pero, eso es otra cuestión.

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