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UN ASUNTO MARGINAL | OPINIÓN
Columna
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El coreano que tenía unos zapatos

Enric González

Hace algo más de 20 años, hice un viaje a Corea del Sur. Tenía mucho tiempo y poco dinero, lo que me condujo a un hotel barato, frecuentado por gente de provincias que debía hacer gestiones en Seúl. La primera noche, apenas acostado, alguien llamó a mi puerta. Era el chico de la recepción, con una oferta: "¿Girls, mister?". Le respondí que no, gracias, y me olvidé del asunto. Hasta la noche siguiente, cuando se repitieron el golpeteo en la puerta y la oferta, aderezada esta vez con nuevos elementos: el muchacho me ofreció a su "hermana pequeña". Volví a responder que no, quizá de forma demasiado tajante. El muchacho debió de hacer sus deducciones y no tardó ni 10 minutos en volver. En esa tercera visita, no se entretuvo en explicaciones: entró sin decir nada, se quitó los zapatos y se metió en mi cama. No crean que fue fácil echarle.

David Ho disponía de cinco días de vacaciones al año, y decidió pasarlos conmigo. Pensó que podría enseñarle

Esas peripecias nocturnas marcaron mi primera impresión de Seúl. La ciudad, en plena transformación por las obras olímpicas, me pareció polvorienta, caótica y deprimente. Al cabo de unos días conocí a David Ho, un joven disfrazado de ejecutivo. Su empresa, fabricante de productos para la construcción, le había proporcionado un traje azul y un maletín negro. También le proporcionaba alojamiento en una habitación que David compartía con otros tres vendedores. Los zapatos, en cambio, eran de su propiedad, y David los mostraba con orgullo.

David disponía de cinco días de vacaciones al año, y decidió consumirlos en mi compañía. Yo era el primer occidental al que trataba, y pensó que podría enseñarle inglés y contarle cómo era el mundo. No creo que aprendiera nada de mí. Él, en cambio, me enseñó muchas cosas. Era un tipo ávido, obsesionado con el trabajo y el progreso. Cualquier esfuerzo le parecía razonable. Quería prosperar, ahorrar y acumular para sus descendientes, costara lo que costara. Según él, la riqueza era madre de todas las virtudes. La pobreza, en cambio, sólo generaba miseria y humillación.

El día antes de volver al trabajo, me propuso que nos regaláramos "una comida especial". Mi presupuesto aún daba de sí y acepté. Le acompañé hasta lo que parecía un domicilio particular, tirando a roñoso. Una mujer nos abrió y nos condujo a una habitación, donde, tras consultar el precio, que me pareció inusualmente elevado, encargué "dos menús completos". La comida no estuvo mal. El problema llegó con los postres, consistentes en dos señoritas de aspecto taciturno. No me sentía de humor para esos alardes, por lo que cedí a David mi ración y salí a fumar al patio. Al cabo de un rato, no mucho, David me llamó y me pasó la factura. Era la mitad de lo estimado, porque se habían negado a cobrar mi menú. Me explicó, cabizbajo, que la propietaria y sus empleadas se sentían desoladas por no haberme complacido. Me marché casi avergonzado.

Peak everything, un libro que anuncia una era de escasez, me hizo pensar en David Ho. El argumento es razonable: tras un siglo de formidable abundancia energética, en el XXI nos enfrentamos a una escasez general. Hay menos petróleo, menos gas, menos carbón, menos minerales y, sobre todo, menos agua. Deduzcan esos elementos de la ecuación económica, aunque sea parcialmente, y surge un resultado inquietante. No puede consolarnos ni la fe en la tecnología: todo lo que poseemos, toda nuestra riqueza material, todos nuestros prodigios científicos, se basan en un desorbitado consumo energético. La tecnología contemporánea surgió de la energía, empezando por la máquina de vapor. ¿Energía solar? También hace falta energía para fabricar los paneles, y minerales escasos.

En el mejor de los casos, nuestro futuro se llama austeridad.

No sé qué ha sido de David Ho. Nos carteamos un tiempo, luego se cortó el contacto. Corea del Sur se ha hecho muy rica en estas dos décadas, posee una industria potentísima, una tecnología formidable y un alto nivel educativo. Quiero pensar que David ha prosperado al ritmo de su país y que ha conseguido acumular miles de cosas.

Hay quien piensa que la frugalidad forzosa nos hará mejores, menos inconscientes, más solidarios y espirituales, quizá más alegres. Yo, como David, creo que nos hará más pobres y más propensos a humillarnos.

Peak everything, de Richard Heinberg. New Society Publishers, 2007. 213 páginas.

Un técnico surcoreano inspecciona un coche en una cadena de montaje en Pusán, Corea del Sur.
Un técnico surcoreano inspecciona un coche en una cadena de montaje en Pusán, Corea del Sur.Reuters

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