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Columna
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Violencia de género

Desde hace diez años, tal día como hoy se celebra el Día Internacional contra la Violencia de Género. La existencia de la fecha en el calendario internacional y el acuerdo creciente en torno a su denominación son ya hechos significativos. Hasta ahí, reconozcamos que la botella está medio llena: la alarma en torno a la violencia contra las mujeres ha alcanzado un grado de visibilidad y sensibilización social desconocido hasta ahora; la implicación institucional es cada vez mayor y, esperemos, más eficaz en la labor de prevención, atención y concienciación. Lo que no nos impide sentir rabia, impotencia y frustración frente a cada nueva agresión machista, frente a la insuficiencia de las medidas preventivas y punitivas.

La tradición feminista ha sido en general muy consciente del valor de las palabras, de los términos con los que describimos -y fabricamos- el mundo. Ha denunciado las connotaciones sexistas y los velados silencios que pasean tantas expresiones, como ese crimen pasional que, desde los albores del periodismo hasta hace prácticamente dos telediarios, era el nombre común de la ahora denominada violencia de género. Como si esas bajas pasiones asesinas no tuvieran nada que ver con el clima sexista que respiraban -y aún respiran- esos arrebatados criminales.

Precisamente, sería de agradecer que siguiera manteniendo ese exquisito cuidado a la hora de seleccionar sus términos de batalla. Me refiero a la cada vez más usual expresión de terrorismo de género, o terrorismo machista que, sin ir más lejos, la Directora de Atención a las Víctimas de la Violencia de Género, Mariola Serrano, utiliza en cada comparecencia. Desde esta misma columna, Pedro Ugarte se ha pronunciado en contra de esa confusión "lingüística y moral", mientras que Luisa Etxenike la ha defendido como una forma de exigir más atención, de reclamar los mismos recursos políticos y sociales que los usados en la lucha contra el terrorismo.

Yo creo que hay que cuidar bien las palabras para pensar bien el mundo. Y el terrorismo es otra cosa: "el uso sistemático del asesinato, el daño y la destrucción, o la amenaza de ellos, para crear un clima de terror a fin de dar publicidad a una causa y de intimidar a un sector más amplio para que satisfaga los objetivos de los terroristas" (Paul Wilkinson). Una violencia pública que pretende obtener del gobierno un logro político. Sus víctimas lo son como instrumentos de un mensaje que va dirigido al conjunto de la población, cosa que no ocurre con la violencia de género, cuyas víctimas son los fines directos de sus sangrientos perpetradores. Y puesto que en el caso del terrorismo hay un chantaje político dirigido a todos los ciudadanos, la respuesta social y mediática difícilmente podrá ser la misma.

¿Es que respetar el significado de los términos es hacer de menos a la gravedad de la violencia machista? Rotundamente, no.

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