... de cuyo nombre no quiero acordarme
Leo la crónica de Icíar Bollaín sobre el II Festival de Cine del Sáhara y su experiencia vital junto al pueblo saharaui, y me siento profundamente unido a ella. La gente del cine español que ha viajado a estos campos de refugiados, las familias que acogen a los niños saharauis cada verano, los cooperantes que desarrollan programas humanitarios..., compartimos un anhelo por el que estamos dispuestos a trabajar. Y me siento orgulloso de pertenecer a ese grupo.
Una vez más, debemos exigir a nuestro Gobierno que desempeñe el papel protagonista que le corresponde, para solucionar este drama humano que ya dura una treintena de años. Y de una vez por todas, encontrar una salida digna para un pueblo noble y hospitalario, con el que tantos lazos nos unen. Y al que dimos la espalda en 1975, y tantas veces después.
No se trata de que España escale posiciones en la escena internacional. Es algo mucho más simple. Tenemos que reparar la injusticia que sufren cada día 200.000 seres humanos a los que les estamos negando el derecho de vivir en paz y los más elementales medios de subsistencia.
Icíar necesitaba un ejemplar del Quijote y no pudo encontrarlo en los campos de Tinduf. ¡Lástima!, porque estaba más cerca de lo que ella podía suponer.
Mis amigos y yo mismo estamos levantando, ladrillo a ladrillo, siete centros juveniles en el Sáhara. Son el fruto del trabajo gratuito y las donaciones de la Organización Juvenil Española, que trabaja en cooperación con Ujsario, la asociación de la juventud saharaui. Allí hemos enviado, este mismo año, 5.000 libros de lectura entre los que se encuentran siete volúmenes del Quijote. En palabras de Sancho, "más vale un toma que dos te daré".
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