Grandes maniobras
Turquía ha recorrido ya un largo camino hacia la democratización plena en el que el mayor obstáculo es la Constitución de 1982, producto de un golpe militar que consagra un derecho de control y sanción inapelables del Ejército. Y es el Gobierno de un partido de origen islámico, el AK, quien promueve el fin de esa anomalía en el Estado fundado por Kemal Atatürk como dictadura europeizante en 1923.
El Gobierno de Recep Tayyip Erdogan presentó el martes pasado el proyecto de reforma constitucional al Parlamento, advirtiendo que si no lograba el apoyo de los dos tercios necesarios de la cámara convocaría un referéndum. El Tribunal Constitucional puede hoy, por ejemplo, clausurar un partido, como ya pretendió hacer con el AK el año pasado, en tanto que con la reforma sería una comisión formada por los partidos con grupo parlamentario quien decidiera por mayoría de dos tercios. Tanto este tribunal como el Consejo Supremo de la Magistratura son un bastión de la milicia, alto funcionariado y burguesía cosmopolita enrocados en un kemalismo que si pudo ser modernizante ya sólo defiende privilegios. Así, los militares quedarían también sujetos a la jurisdicción civil, y los autores del golpe de 1980, dirigidos por el general Kenan Evren, podrían tener que responder ante la justicia.
La senda democratizadora la emprendió Turquía acicateada por su petición de ingreso en la CE en 1995, pero, con el AK, en el poder desde 2002, tiene ya dinámica propia. La negativa de Alemania y Francia -repetida esta semana a la cara de sus anfitriones en Ankara por la canciller Angela Merkel- no ha hecho que el Gobierno turco cayera en una involución. Junto a la reforma constitucional, también progresa el reconocimiento de alguna autonomía para la minoría kurda como pide Europa.
La UE debería considerar seriamente la petición de Turquía, y sólo cabe congratularse por la que parece próxima culminación de su larga marcha a la democracia.
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