Desaguisado ejecutado
Un ejemplo de la destrucción callada de nuestra arquitectura popular y rural de siglos tuvo lugar ayer mismo. En Labros, Guadalajara, un pueblecito tendido al sol en la paramera de Molina de Aragón, además de un arco románico del siglo XII, y una torre del XVI en una iglesia que sus descendientes han conseguido que se restaure, había en la plaza tres edificios singulares que fueron biblioteca, carnicería comunal y fragua, tras un porche (allí llamado portegao), con soportes de piedra para los pilares de sabina.
Formaban hasta el lunes un conjunto de una planta, con tejados de teja árabe, testimonio de una cultura tradicional que había merecido, entre otros reconocimientos, ser reproducido en el reciente libro Arquitectura Popular de Tierra Molina. La vieja fragua se había convertido en Centro Cívico en 1983, por iniciativa de la Asociación de Amigos de Labros, y allí dentro, además de mostrar arados, albardas, hoces, fuelles y toda la memoria de lo que fue un pueblo campesino, se celebraban reuniones comunitarias, se organizaban exposiciones de fotos o se planeaba un premiado periódico, la representación de teatro clásico de cada año, las fiestas de agosto, un rastrillo, la recuperación de juegos tradicionales o iniciativas mil en bien del pueblo.
Después de muchos meses de batallas para que el Ayuntamiento (radicado en otro pueblo) no lo echase abajo, la mano del hombre, que no un rayo o el paso del tiempo, ha arrasado todo eso. No es mal reflejo (desolador y simbólico) de un país, un paisaje y un paisanaje municipal.
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