Bomba contra el espejo
ETA ataca a quienes reflejan su condición de banda en busca de pretextos para seguir
A los terroristas no les gusta que les llamen terroristas, y para demostrar que no lo son colocaron ayer una bomba con cinco kilos de explosivos en las instalaciones en que se imprime el diario El Correo, de Bilbao. Hubo importantes daños materiales aunque no heridos, pese a que en el edificio trabajaban en ese momento decenas de personas y a que los terroristas no avisaron previamente.
En la estrategia de intimidación a gran escala practicada por ETA, los medios de comunicación han sido siempre uno de sus objetivos. En un comunicado difundido en vísperas del alto el fuego de 2006, la banda consideraba a los medios un "frente muy activo del enemigo", les culpaba de hacer "que el conflicto se alargue" y les advertía de que sufrirían "las consecuencias del enfrentamiento".
La literatura etarra está llena de amenazas de ese tipo: en un Zutabe de 2003 explicaban que habían enviado cartas intimidatorias a ciertos periodistas y responsables de la televisión vasca por "insultar a los luchadores por la libertad de Euskal Herria" llamándoles terroristas, publicando sus fotos "como si fueran delincuentes" y evitando referirse a los etarras encarcelados como "presos políticos".
El diario El Correo y su empresa editora han sido objetivo perseguido con especial inquina por los terroristas. El director financiero del Diario Vasco, periódico del mismo grupo, fue asesinado en mayo de 2001 en San Sebastián, dos meses después de un ataque de advertencia, con botellas incendiarias, contra la sede de El Correo. Días antes habían mutilado con una carta-bomba a Gorka Landáburu, periodista de Diario 16, y un año antes asesinado al columnista de El Mundo José Luis López de Lacalle.
Casi siempre los atentados han ido precedidos por ataques desde los medios afines al terrorismo contra lo que consideran falta de ecuanimidad de la prensa al tratar del "conflicto". Hace dos semanas, tras las detenciones de Burdeos, el diario Gara editorializaba contra los medios que se habían hecho eco de las versiones de Interior que atribuían a los detenidos "altas responsabilidades" en la banda. Ese rotativo tuvo ocasión de dar su propia versión, si la tenía, pero no parece que la forma de dirimir entre la suya y la del Gobierno sea poner una bomba en un lugar donde hay 50 trabajadores.
En sus memorias, el fallecido Mario Onaindía recordaba que en vísperas del Primero de Mayo de 1968 dos activistas colocaron una bomba en la delegación de El Correo en Eibar. Pero al ver una luz encendida, que les hizo pensar que podría haber alguien dentro, volvieron sobre sus pasos y recogieron el artefacto, que les estalló en las manos, hiriendo muy gravemente a uno de los dos. El afán de intimidación está presente en ETA desde su origen, pero hasta en el horror hay grados, y resulta difícil imaginar a los etarras empeñados en recrear hoy en sus cabezas la Euskadi de hace 40 años arriesgando su vida en una situación similar.
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