El discreto encanto de Josh Rouse
El cantautor de Nashville enamora en El Sol con la inesperada compañía de Refree
Menudo, paliducho y con aire de eterno adolescente, aunque haya celebrado ya su cumpleaños número 36. Así es Josh Rouse, el chavalín de Nebraska que creció en Nashville y terminó mudándose -oh, el amor- a la costa levantina. Ahora le da por comparecer en el escenario con traje y corbata, lo que acrecienta su parecido con ese chico tímido que acaba de incorporarse a la oficina como auxiliar administrativo. Pero que en sus ratos libres se encierra en su habitación y, sorpresa, alumbra un puñado de canciones maravillosas.
Josh iba para ídolo de esos nuevos trovadores sensibles que se acercan al micrófono con media voz, pero cambió el sueño americano por la plácida modorra mediterránea. La responsable de la mutación se llama Paz Suay y anoche asomó la cabeza por El Sol, pero no se subió al escenario por prescripción médica. La pareja espera su primer bebé para abril y ahora toca cuidarse.
Al personal no le importó sacar la entrada sin saber qué recital daría
Los malévolos piensan que aún no ha recuperado el nivel de '1972'
Rouse llevaba ya tres discos largos, cuando nos voló la cabeza con un disco titulado como su año de nacimiento: 1972. Muy poco después, un 26 de febrero de 2004, el muchacho de lánguida mirada azul debutaba en los escenarios españoles con un concierto acústico en esta misma sala El Sol. Sucedió algo mágico aquella noche: cuando atacó los acordes de Love vibration, Josh se quedó atónito al comprobar que la sala entera coreaba la canción de principio a fin. La adicción colectiva al efecto Rouse no había hecho nada más que comenzar.
Ahora el chico juega en casa. Los seguidores agotan las entradas con semanas de antelación y conocen el repertorio hasta en sus facetas más recónditas, como esos disquitos breves que sólo comercializa en los conciertos o a través de la tiendas digitales. Rouse lo agradece chapurreando en castellano, escribiendo canciones fronterizas con un tal Paco Martínez como protagonista (123) o dedicándole la maravillosa Quiet town ("Por aquí he hecho amigos que espero no perder nunca / así que de momento me quedo en esta tranquila ciudad") a Altea, un hito por el que cualquier alcalde despabilado debería haberle concedido ya el título de hijo adoptivo.
Los malévolos tienden a pensar que Rouse aún no ha recuperado el nivel de 1972 y Nashville (2005), sus dos últimos discos en territorio yanqui y, en realidad, dos entregas difíciles de superar por cualquier bicho viviente (con independencia de dónde se encuentre su morada). Y los muy malévolos se inclinan por echarle las culpas a la ronroneante Paz Suay, junto a la que rubricó su único EP mediocre. Casi tanto como el título: She's Spanish, I'm American (Ella es española, yo soy estadounidense). Considerémoslo parte del viejo mito rockero (es decir, misógino) sobre las malas compañías femeninas; en realidad, algunas de sus entregas españolas, sobre todo Country mouse city house (2007), mantienen un nivel elevado.
Como la devoción por el de Nebraska bordea la incondicionalidad, al personal no le importó sacarse la entrada sin saber muy bien qué tipo de recital ofrecería. Y casi nadie tenía la menor idea sobre la presencia en escena del catalán Refree, ese tipo de cantautor raro, heredero de Jaume Sisa, que le gusta a los lectores de Rock de lux. Fue una sorpresa notable; casi tanto como ver al propio Refree como único invitado en el multitudinario concierto de Amaral en el Palacio de los Deportes. Ya saben: cualquier día de éstos, Eva y Juan se nos convierten en adalides de la causa indie.
Refree se llama en realidad Raül Fernández -sí, Raül: con diéresis modelna- y no conoció a Josh en el Levante, sino... en Suecia. Pintoresco, como casi todo en la trayectoria del autor de Winter in the hamptons, un tipo de encanto discreto e incontestable. Esperemos que su dulce momento personal no se refleje en su nuevo disco en probaturas como Camino de la playa, un horror rumbero que estrenó anoche con alusiones a los camareros y las paellas. Aún estamos a tiempo de que alguien le haga entrar en razón. Por caridad.
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