Heidi lisérgica
Desde el principio queda claro que Erika es cualquier cosa menos convencional. Irrumpe entre el público con puntualidad suiza -¡dos minutos antes!-, profiriendo grititos y golpeando la varilla de un limpiacristales. Dedicará la primera mitad del concierto a los yodels, los cantos tradicionales de los Alpes, con los que Heidi correteaba ladera abajo. Pero se diría que el abuelo de la niña le ha cambiado el colacao por un batido lisérgico. Son recreaciones descacharrantes, con temáticas tan poco pastoriles como el suicidio o los triángulos amorosos, pero Stucky se toma muy en serio su trabajo. Gruñe, ríe, resopla ante el micrófono. Y, para mayor hilaridad, interacciona con un vídeo deliberadamente infame en el que, encaramada al fogón de la cocina, toca el acordeón tras una máscara de husky siberiano.
La acompañan dos músicos de falsa apariencia imperturbable. Al poco los descubrimos pateando el parqué a modo de percusión. La sorpresa llega cuando Fuchsberger suelta el metal y entona las segundas voces como un niño cantor de Viena. Un delirio maravilloso, como todo en este espectáculo transgresor.
"No piensen demasiado. ¿Es yodel, jazz, world music? You don't have to capisco niente", anuncia en un irreverente cóctel de lenguas. Burla burlando, conduce la velada hacia las versiones más jocosas del año: My Sharona, de The Knack, o (atención) Baby one more time, de Britney Spears.
Qué grande, esta mujer. Tiene cuatro discos, ninguno distribuido aquí. Si no pueden esperar, busquen en Internet. Enamora.
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