Entre la violencia y las fumigaciones
Recorrido por la selva ecuatoriana fronteriza con Colombia, cuyos habitantes sufren el paso de 'narcos' y guerrilleros y las aspersiones de agentes químicos realizadas por el vecino del norte
La situación en la frontera norte de Ecuador, que limita con Colombia en una franja de 640 kilómetros de selva inhóspita y sofocante, se esta tornando cada vez mas tensa. Por allí transitan los productos necesarios para el procesamiento y fabricación de cocaína y continúa la entrada de grupos armados y narcotraficantes colombianos, que suelen pasar a territorio ecuatoriano para abastecerse o descansar en su huida de la justicia de su país. A esto se agregan las constantes fumigaciones aéreas de glifosato que ha venido realizando el vecino del norte para erradicar los cultivos de coca en su zona colindante con Ecuador, cuyos agentes químicos se teme que hayan causado estragos en la salud de los habitantes y el ecosistema.
Pero el Gobierno ecuatoriano no escatima esfuerzos para hacer respetar su soberanía. El perenne patrullaje del Ejército a lo largo de esta zona amazónica, en la provincia de Sucumbíos, ha logrado, de forma progresiva, desarticular gran número de asentamientos de los narcotraficantes y la guerrilla y destruir laboratorios de cocaína, algunos sofisticadamente equipados. "Hacemos hasta lo imposible por hacer respetar nuestra frontera. Sin embargo, la selva es muy permeable y se logra cometer todo tipo de [actos] ilícitos", señala el general Jorge Peña, comandante de la IV división de Ejercito Amazonas, a quien acompañó EL PAÍS a sobrevolar en helicóptero la zona y a supervisar el trabajo de vigilancia. El riesgo era tan elevado que se hizo obligatorio el uso de un pesado chaleco antibalas.
A mitad del recorrido, en el interior de una carpa envejecida, se hallaban expuestos fusiles, bombas caseras, granadas, mapas y uniformes falsos del ejército colombiano, que ostentaban en sus mangas la imagen del Che Guevara y la bandera de su país. "Son armas y municiones decomisadas esta madrugada, durante la captura de ocho colombianos y un ecuatoriano, sospechosos de ser militantes de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia [FARC]. Uno de ellos aceptó llamarse Comandante Richard y se entregó sin oponer resistencia", explica Peña, mientras un grupo de soldados embarca en un helicóptero de la Fuerza Aérea una canoa que también pertenecía al grupo recién apresado.
"Es un duro golpe para ellos. Cuando sucede esto, es necesario tomar extremas medidas de seguridad", enfatiza el mayor Jorge Villalba, jefe de Relaciones Públicas de la Fuerza Terrestre. Según Villalba, más allá de estas aprehensiones, hay pocos enfrentamientos armados en la frontera norte de Ecuador. "Espero que nunca tengamos que utilizar un arma para repeler una amenaza que no nos interesa, ya que cuando hay una muerte, la que pierde es la humanidad", asevera.
Tensión latente
Sin embargo, la tensión latente mantiene en constante zozobra a la población civil. A orillas del río San Miguel, cuyas aguas separan los dos países, en una vetusta vivienda de madera, una joven humilde de 28 años, de origen colombiano, junto a sus dos pequeños nacidos en Ecuador, prefiere esquivar la mirada y evadir el tema, por temor a represalias. "Ustedes periodistas se van con la información que buscan, pero nosotros, los campesinos, nos quedamos en el verdadero infierno. Esta gente no tiene piedad ni con el mas chiquito y ahora me pueden inculpar por el arresto de ese Comandante Richard", dice. "Pero, si la noticia es confidencial, ¿cómo lo sabe usted?", pregunta la redactora. "Yo nada sé. Déjeme en paz", responde arisca, mientras se aleja, empujando a sus hijos. Existe la fuerte sospecha de que parte de estos pobladores, voluntariamente o no, colaboran con las FARC.
Así, el conflicto bilateral ha ido exasperándose día a día, a pesar de que Ecuador ha sido solidario con Colombia al recibir a más de medio millón de refugiados que han llegado huyendo de la violencia y, la gran mayoría, sin papeles. "Estamos viviendo un problema ajeno y eso es muy injusto", dice Rosa María, una anciana ecuatoriana, quien confiesa abiertamente su preocupación al ver que la importación de un problema interno colombiano la ha obligado a desplazarse de su pueblo natal, cerca de la frontera. "Esta región era mi hogar, y yo podía moverme libremente, de arriba para abajo, de día y de noche, con mi familia. Hoy es tierra de nadie. Muchas veces nos acostamos sin saber si habrá un mañana", añade.
Población desesperada
La población se cuestiona la utilidad de tantos tratados y convenios internacionales, cuando el pueblo padece día a día la desesperanza por la falta de respuesta a sus problemas. El desasosiego se agudiza aún más al palpar impotentes, en carne propia, los efectos nocivos de las lluvias de glifosato sobre los poblados fronterizos ecuatorianos, que debían realizarse a una distancia mínima de diez kilómetros de la frontera común. "Mis hijos y mi esposa han tenido manchas en la piel, gripe y algunas enfermedades inexplicables", señala Manuel Chinga, de 45 años. "Algunas mujeres del sector sufrieron incluso extraños abortos a raíz de las fumigaciones, porque, aunque eran fugaces, también eran frecuentes. Nacieron niños malformados y hasta algunos animalitos", remata.
El problema diplomático que se generó por la reanudación de las aspersiones parece haberse solucionado momentáneamente, tras su suspensión, a la espera del diagnostico final que dicte una comisión científica de ambos países.
Las primeras Tigres de la selva
"La vocación la llevamos desde que nacemos. Como las monjitas que se dedican a Dios y a esa vida devota, nuestra religión es esta: el Ejército". Gabriela Moreno, de 25 años, quiteña, casada con un militar, con quien tiene dos hijos pequeños, es una de las nueve mujeres de la primera promoción femenina en la historia del Ejército ecuatoriano en graduarse, la semana pasada, como Tigres de la Selva —grupo especial destacado en la región amazónica—, tras un exigente curso de 12 semanas en la selva. "Todo el sacrificio que he hecho es por defender a la patria, y por el futuro y el bienestar de mis hijos", asegura satisfecha."Comandar un equipo de combate en la jungla es muy importante. Por eso nos denominamos Tigres, ya que usamos sus técnicas básicas instintivas para sobrevivir en el ambiente selvático", señala María Capero, de 25 años. "Mi padre y mi hermana son también militares y eso influyo mucho en mi decisión de estar hoy aquí", admite. Sus compañeras, de similares edades y aspiraciones, se han hecho eco de esta vocación. Para ellas, las condiciones de vida en la zona han sido tan extremas como las que vive todo soldado, sin diferencia alguna. "El papel de la mujer es preponderante", afirma el mayor Jorge Villalba, jefe de Relaciones Publicas de la Fuerza Terrestre ecuatoriana. "Ha sido una decisión acertada: incorporar a las mujeres al Ejército, sin labores discriminatorias, sino complementarias; al fin y al cabo, al lado de un gran hombre, siempre hay una gran mujer", concluye.
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