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Ola de cambio en el mundo árabe
Columna
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Una crisis a la medida

Hemos tenido suerte: la crisis transformadora que sacude al mundo árabe es exactamente el tipo de evento para el cual la Unión Europea tiene más y mejores instrumentos, ya probados en otros escenarios. La UE y sus Estados miembros están mejor equipados que ningún otro país u organización internacional para contribuir a encauzarla hacia un escenario de transformación democrática. Si la caída del muro de Berlín fue el gran reto para Europa que acabó catapultando a la entonces Comunidad Europea hacia una Unión mucho más profunda, ¿serán las revueltas árabes de la dignidad la prueba definitiva de la capacidad europea en el escenario mundial?

Llevamos 25 años preparándonos. La Comunidad Europea se dio cuenta de la imposibilidad de prosperar como mercado si no creaba una identidad política y una capacidad de acción exterior con el desmoronamiento del bloque soviético y el desmembramiento de la URSS y de Yugoslavia. Desde entonces, el desarrollo ha sido impresionante: una Unión política, la puesta en marcha de la Política Exterior y de Seguridad Común, las misiones de paz (en los Balcanes, en África, incluso en Indonesia), la elección de un Alto Representante para temas exteriores, la ampliación al este, las operaciones de ayuda humanitaria, la puesta en marcha de una diplomacia europea. Salvo este último instrumento, todos los otros han sido testados en la práctica, evaluados y mejorados, y dotados de recursos económicos y humanos.

Europa debe estar a la altura en este momento histórico para nuestros vecinos árabes
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Con la máquina bien engrasada, nos ha llegado la crisis perfecta. Una crisis que parece hecha a medida para estos instrumentos. Impulsada por la población, que reivindica para sí exactamente los valores que inspiran la acción internacional de la UE. En un entorno cercano, en países con los que tenemos estrechas relaciones, con quienes compartimos el espacio geográfico mediterráneo y sobre los que, en virtud de los importantes vínculos económicos y humanos, tenemos influencia.

Sin que grandes potencias externas como Rusia o China puedan ponerse nerviosas con la presencia europea. Una crisis que durará tiempo, mientras nuevas democracias se intentan consolidar, y requerirá una implicación a largo plazo, con programas estables y previsibles. Una situación que precisa las acciones (ayuda humanitaria, protección a las poblaciones, asistencia técnica) en las que los europeos tenemos más experiencia que nadie en el mundo. A esta UE no le falta práctica en transiciones: la mitad de los 27 Estados miembros han pasado de una dictadura a una democracia en las tres últimas décadas, y tanto estos Estados miembros como el resto y las instituciones europeas tienen amplia experiencia en asistencia a países en transición.

Cualquier otra situación previsible en la región árabe hubiese sido muchísimo más difícil para Europa. Imaginen una crisis militar abierta entre Israel e Irán, o de uno de los dos con sus vecinos árabes. Un golpe de Estado islamista y antioccidental. La implosión violenta de un Estado fragilizado como Yemen o Líbano. Todo escenario de crisis plausible en el mundo árabe hubiese quedado mucho más allá de las capacidades de la UE. A la vez, cualquier situación parecida en otra región hubiese sido más compleja para la UE. Más comprometida sería, por ejemplo, otra ola transformadora en el espacio postsoviético, con la sombra de Rusia planeando sobre cualquier acción europea, o en el sureste asiático, a las puertas de China. Tampoco serían más fáciles escenarios alejados, como América Latina o África Oriental.

La oleada democrática abre la oportunidad de sacar al proyecto euromediterráneo del callejón sin salida en el que se encuentra. Por una vez, la iniciativa transformadora viene de la ribera sur. Además, Alemania y Reino Unido han actuado con buenos reflejos, abriendo la puerta a una mayor implicación del norte. En Europa del sur la situación no es fácil: Malta e Italia están paralizadas por el temor a la oleada de refugiados, Francia desprestigiada por las estrechas conexiones entre sus élites y las dictaduras árabes, Grecia y Portugal absortos en su problemática económica. La visita de Zapatero a Túnez, oportuna en tiempo, lugar y contenidos, sitúa a España en primera línea de la acción europea.

Sin intención de menospreciar la complejidad de la situación que se vive en este mismo momento en el mundo árabe, y de lo que viene en los próximos meses, este es el momento y el lugar ideal para que la UE se luzca y se sacuda la desesperante parálisis en la que se está sumiendo su acción exterior. Si no es ahora, ¿cuándo? Si no es en el Mediterráneo, ¿dónde? Una cosa es segura: cualquier otra gran crisis o escenario de transformación internacional que podamos concebir será más difícil. Si Europa aspira a un papel mundial, debe estar a la altura en este momento histórico para nuestros vecinos árabes.

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