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Paciencia contra la crisis

Entre uno y dos millones de personas en las calles, sobre todo en provincias: se puede decir que, una vez más, Francia es presa de sus viejos demonios y no busca otra solución a la crisis que la demagogia y la politización de la protesta. Así las cosas, los franceses vuelven los ojos hacia Inglaterra, a la que suponen más dueña de sí misma y más resistente al sufrimiento. ¿Y qué ven? Manifestaciones, huelgas salvajes para protestar contra la contratación de "extranjeros" -léase algunos centenares de portugueses e italianos- en este mercado único que se supone es la Unión Europea. Mala señal, sin duda -Gordon Brown la condenó en seguida-, que prueba que el miedo puede causar estragos. En Grecia, primero fueron los estudiantes y ahora son los agricultores los que están en pie de guerra. Y así podríamos llegar hasta Japón para comprobar que las manifestaciones se multiplican a medida que aumenta el paro. Sin embargo, en Rusia, golpeada por la caída del rublo y del precio del petróleo, la protesta corre el riesgo de no ser sino un pretexto de Putin para endurecer más un régimen que está a años luz de las promesas de Medvédev sobre el Estado de derecho. En resumen, la crisis se hace más profunda y augura un aumento de los desórdenes.

Los principales países europeos deberían volver a sentarse alrededor de una mesa

Al margen de la reunión de Davos, que en el mejor de los casos refleja el espíritu de los tiempos que corren, cabe intentar serenarse sumando los diferentes planes de reactivación, especialmente el de Barack Obama, que impresionan por su amplitud y deberían surtir efecto. Lamentablemente, habrá que armarse de una paciencia que las víctimas de la crisis tal vez no tengan. La realidad es que la crisis bancaria aún no ha quedado atrás; tras su estallido, con la quiebra de las subprime, el conjunto de los procesos de titulización del crédito, fundamento de la financiación durante los veinte últimos años, está en tela de juicio. Los Estados van a verse obligados a seguir reflotando a los bancos y a nacionalizar algunos de ellos.

Pero, por el momento, se da una temible contradicción que puede hacer aumentar la cólera, particularmente en Francia, pues, cuando el Gobierno anuncia una inyección económica en favor del sistema bancario, la opinión pública espera que éste realimente la economía y, en vez de ello, los bancos vuelven a colocar el dinero en el banco central, pese a las amonestaciones de Jean-Claude Trichet.

Por si fuera poco, crece el temor a que la crisis afecte también a ciertos Estados, concretamente a Grecia e Irlanda, que se financian a un coste sensiblemente más alto que Alemania o Francia; ahora bien, en principio, los tratados europeos prohíben, en el interior de la zona Euro, que un Estado reflote a otro. Desafortunadamente, fue Sarkozy quien planteó el tema ante los militantes de su partido, provocando la irritación del Gobierno alemán, que teme que eso sirviera para fomentar la especulación. Este incidente menor pone de relieve la falta de coordinación, aunque sólo sea para informarse unos a otros, lo que es un elemento importante para que vuelva la confianza.

Desde este punto de vista, el descontento francés es comprensible: se ha reprochado a la presidencia checa su inactividad, y a Manuel Barroso, que contemporice con todo el mundo para favorecer su reelección, cuando lo que hace falta es una comisión "proactiva" y no pasiva. Sarkozy, que acarició la idea de encabezar el Eurogrupo, muerde el freno y se impacienta. Por su parte, la Alemania de Ángela Merkel marca puntos: impresionada por la virulencia del retroceso de la economía alemana, la canciller, que inició la carrera de la reactivación en última posición, ha recuperado posiciones. Sobre todo, ha dado que hablar al proponer la creación de una especie de organización mundial de las finanzas a semejanza de la Organización Mundial del Comercio. Una idea atractiva, en efecto.

Pero más que intentar avanzar cada uno por su lado, los principales países europeos deberían volver a sentarse alrededor de una mesa, pues el agravamiento de la crisis y los desórdenes sociales los amenazan a todos por igual, y todos tienen la misma necesidad de ir más allá de los planes de recuperación que han puesto en marcha. Sobre todo ahora que parece claro que serán insuficientes.

Traducción de José Luis Sánchez-Silva.

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