¿Cambio de régimen?
La euforia bursátil con que los mercados anticiparon ayer la llegada del nuevo presidente de Estados Unidos se debe más a la conclusión final de una etapa que a la brillantez de las perspectivas económicas. De hecho, el panorama económico estadounidense es tremendamente complicado: la economía estará probablemente en recesión durante varios trimestres y el desempleo alcanzara fácilmente el 8%; el sistema financiero está gripado y sin un futuro claro; el margen de maniobra con los tipos de interés es escaso; el déficit fiscal podría llegar al 10% del PIB en 2009; y el déficit por cuenta corriente, a pesar de haber mejorado, es todavía superior al 4% del PIB. Con este punto de partida, y con la distribución de la renta más extrema de los últimos 50 años, el margen de maniobra de la nueva Administración para apoyar a la economía desde el punto de vista cíclico es mínimo.
A pesar de todo, un paquete fiscal de 150.000-300.000 millones de dólares será aprobado rápidamente, complicando todavía más el panorama fiscal de largo plazo. Con los mercados ya preocupados por el aumento masivo de la deuda pública -a pesar de las bajadas de tipos y de las múltiples revisiones a la baja del crecimiento y de la inflación, los tipos de interés a 10 años se han mantenido en torno al 4%-, esta expansión del déficit deberá venir acompañada de un plan claro de consolidación fiscal. Dado el rápido deterioro del prestigio mundial de Estados Unidos, tanto a nivel geopolítico como económico, cabe preguntarse si el resto del mundo seguirá estando dispuesto a financiar un déficit por cuenta corriente en rápida expansión.
En un mundo ideal, el anuncio de un paquete fiscal debería venir acompañado de un plan coherente de reforma del sistema de salud y pensiones, clave para la reducción de la desigualdad y la consecución de la sostenibilidad fiscal de largo plazo. A su vez, el objetivo de la independencia energética se podría usar para aumentar la recaudación fiscal de largo plazo, a través de aumentos de los impuestos energéticos y de un sistema de permisos de contaminación.
Por otro lado, la nueva Administración debe restaurar la confianza en el sistema financiero estadounidense. El complejo entramado de agencias supervisoras se debe simplificar y, una vez que se ponga en marcha el plan de recapitalización y de compra de activos, se deberán anunciar claras bases para la desinversión futura. La absoluta falta de claridad sobre el futuro del sistema financiero es un gran obstáculo para la atracción de inversión extranjera.
Finalmente, el nuevo presidente deberá cambiar la mentalidad de satisfacción inmediata del ciudadano medio norteamericano. La impaciencia y el deseo consumista han llevado a la sociedad al límite del endeudamiento. El pánico de estos meses y la recesión que se avecina deberían ser usados para, poco a poco, cambiar los incentivos de la sociedad hacia la sostenibilidad de largo plazo. La ventaja de productividad de Estados Unidos sobre Europa, basada sobre todo en el sector financiero, claramente no era sostenible.
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