El portazo de Solbes
El ex vicepresidente dejó su escaño tras un largo distanciamiento de Zapatero por la forma de gobernar
"Pedro está muy cabreado". Lo dice un ex alto cargo socialista muy unido al que ha sido durante el último lustro el máximo responsable de la política económica en España. Lo hace días después del anuncio oficial de algo que ya se anticipó este verano: que Pedro Solbes no seguirá como diputado. El hombre que pilotó la salida a la crisis de 1993 como ministro de Felipe González, que puso los cimientos para la adopción del euro y que logró por primera vez tres años consecutivos de superávit público se niega a aprobar unos Presupuestos del Estado con los que no comulga. "Ya dejó el Gobierno enfadado, pero las diferencias han aumentado en estos cinco meses", continúa este dirigente, que prefiere mantener el anonimato.
Ya el pasado verano se supo que Solbes se iba para no votar los Presupuestos
Felipe González nunca desautorizó a sus ministros de Economía
El ex vicepresidente no va a liderar ningún descontento entre los socialistas
Dos meses antes del nombramiento, Salgado ya sabía que le sustituiría
Lo cierto es que Solbes (Pinoso, Alicante, 1942) abandonó el Gobierno por la puerta de atrás el pasado 8 de abril. Tras meses negando la posibilidad de que España cayera en recesión, dejaba el país en medio de la crisis más grave que se recuerda desde los años setenta. Y lo hacía con el regusto amargo de haber encontrado poco apoyo en su jefe, el presidente José Luis Rodríguez Zapatero.
La crisis, las distintas recetas para salir de ella y la forma de decidirlas habían agudizado las diferencias con un presidente con el que nunca tuvo especial sintonía. Ni siquiera al final de la primera legislatura, cuando Zapatero proclamaba que España era la envidia de Europa y que Solbes era el mejor ministro de Economía posible. Solbes, que ya meditaba entonces abandonarlo todo, se dejó seducir por los halagos de Zapatero y el fervor de las bases socialistas. Ya era hora, debió de pensar entonces.
"Ojalá pudiéramos tener muchas personas con su trayectoria y con su seriedad en el trabajo", dijo el presidente el pasado martes tras calificar al ex vicepresidente como "un amigo" al que seguirá escuchando. Quizás empiece a hacerlo ahora, pero lo cierto es que en los cinco meses que han pasado desde su marcha del Gobierno no lo ha llamado ni una sola vez y mucho menos para consultarle nada.
Pero más allá de sus ya conocidas desavenencias -la devolución de los 400 euros, el cheque bebé de 2.500 euros, la política energética...-, personas cercanas al que fue el guardián de la ortodoxia en el dinero público aseguran que en el distanciamiento pesó casi más la forma de gobernar del presidente que las divergencias sobre medidas concretas.
Reuniones con banqueros y empresarios a las que no se le convocaba (ni a él, ni a otros ministros del área correspondiente); decisiones que se anunciaban en público sin haber cerrado previamente la discusión con él... Desplantes que fueron mellando la confianza de Solbes, que tiene muy a gala su condición de alto funcionario, de servidor público. "Felipe González nunca le retorció el brazo como lo hizo Zapatero en los últimos tiempos", dicen en su entorno.
Es conocida la delegación de poder que el primer presidente socialista hacía en sus ministros de Economía, al menos en público. Una norma no escrita que González nunca se saltó. Zapatero ha ido aprendiendo de economía en estos años y, cuanto más cree saber, más desprecia a los que saben. Incluso en público.
La gestación de la promesa estrella con la que el PSOE concurrió a las elecciones generales de 2008 sirve como ejemplo de esas fisuras. Zapatero pidió a sus colaboradores sugerencias para una promesa fiscal populista con la que amarrar la victoria en las urnas. El equipo de Solbes se inclinaba por eximir a las rentas más bajas del pago del IRPF, una medida que perseguía dar más progresividad al impuesto. Pero el equipo electoral, coordinado por Jesús Caldera y Miguel Sebastián, le propuso café para todos: 400 euros para ricos y pobres. Y Zapatero compró la idea. Más fácil de vender, con letra gorda. Una ocurrencia que entonces se valoró nada menos que en 6.000 millones de euros.
La crisis no parecía entonces tan grave y Solbes, a pesar de no ser defensor de la medida, la aceptó y la avaló. De hecho, fue el número dos por Madrid, tras Zapatero, en la lista electoral socialista. Pero a mediados de 2008, una vez ganadas las elecciones y con unos datos económicos cada vez más preocupantes, el ya vicepresidente se resistió a poner la medida en marcha. Y ahí vólvió a chocar con el presidente. Ahora que el Gobierno ha anunciado que dará marcha atrás, y con el déficit público viajando como una bala hasta un insostenible 10% del PIB, seguramente hasta el optimista Zapatero puede pensar también que fue un error.
Cuando en abril el vicepresidente traspasó los poderes a Elena Salgado hacía ya al menos dos meses que el presidente había decidido quién le sustituiría. A Salgado alguien le puso entonces la mano en el hombro, le miró a los ojos y le dijo que era la elegida, cuando ya Zapatero sabía que el divorcio con su vicepresidente era irreversible. El punto de no retorno fue cuando Solbes dijo ante empresarios y banqueros que envidiaba al dimitido ministro de Justicia Mariano Fernández Bermejo.
No cabe duda de que Solbes ha dejado el listón muy alto, pero nadie es insustituible. Salgado tiene carácter y aunque se le cuelga el sambenito de que nunca dirá que no a Zapatero, lo cierto es que alguna vez lo ha hecho cuando era ministra de Sanidad. Pero frente a Solbes tiene un gran inconveniente que es carecer del anclaje en el mundo empresarial y financiero que se requiere para un puesto de tal envergadura. Por tanto, es más manipulable.
La marcha del número dos del ministerio, David Vegara, con quien Solbes conectó pese a la diferencia de edad y en quien se apoyó en los momentos más delicados, le hizo un flaco favor a la a veces autosuficiente Salgado.
Amigos de Solbes como los ex ministros Jordi Sevilla, Juan Manuel Eguiagaray y el diputado Francisco Fernández Marugán insisten en que se va sin rencor y pensando en un futuro en el que se quiere mantener activo y hacer vida saludable. Presidirá la Junta de Supervisión del Grupo Asesor Europeo sobre Información Financiera, un organismo que orienta a la Comisión Europea sobre asuntos financieros. Y seguro que tendrá más tiempo para preparar sus paellas que, según presume, son magníficas.
Ésta no es su guerra
El ex ministro de Agricultura y de Economía, ex comisario europeo y ex vicepresidente del Gobierno puede irse a casa orgulloso de sus muchos logros. El principal, haber saneado las cuentas públicas entre 1993 y 1996 de un país sumido en la crisis y haber allanado el camino a la entrada de España en el euro.
Pero también se le puede achacar no haber aprovechado la primera y próspera legislatura de Zapatero para reducir el peso del ladrillo en la economía, frenar el excesivo endeudamiento de las familias o emprender las tan manidas reformas estructurales.
Su a veces excesiva prudencia le empujó a bloquear otras decisiones necesarias en sus últimos meses de mandato. Con él fuera, el Gobierno aprobó algunas de ellas deprisa y corriendo. Es el caso de las ayudas a la compra de coches, que se estrenaron con un considerable lío. También, el nuevo sistema de financiación autonómica o el fondo de titulización del déficit tarifario de las eléctricas y, sobre todo, el fondo de reestructuración bancaria. Algunos de estos temas se han solucionado de la peor forma, tirando de talonario.
Solbes está ya fuera de la política, aunque mantiene su interés por los asuntos públicos. Pero quienes lo conocen aseguran que no va a liderar nada y mucho menos a los descontentos entre las filas socialistas. Solbes ni está en esa guerra, ni se le debe esperar.
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