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ELECCIONES 2011
Columna
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La crisis devora a sus hijos (y al nieto)

Fernando Vallespín

Dentro de los países más afectados por la crisis del euro hay algo que ya parece inapelable, todos los líderes de los Estados más afectados por ella se han ido o están a punto de salir de sus cargos. Algunos cayeron al verse obligados a convocar elecciones, como le pasó a Brian Cowen y a su partido en Irlanda, o a Sócrates en Portugal. Otros, como nuestro Zapatero, se vieron impelidos a no presentarse a unas próximas elecciones, también anticipadas. Y, en fin, enseguida les toca a Papandreu y Berlusconi por motivos que ya conocemos. Ninguno de los líderes de los PIIG'S que han gestionado estas turbulencias financieras queda ya en pie, salvo la transitoria y espectral presencia de nuestro presidente, quien, por cierto, ha sido el que al final ha salido más indemne. A expensas de lo que ocurra en Italia, habrá conseguido el gran objetivo que se había propuesto en su última fase de gobierno, que España no sea rescatada. Y, visto con perspectiva, su anticipación de las elecciones ha sido el cortafuegos perfecto que le permite seguir ahí.

Las verdaderas sorpresas nos vendrán de Europa y del comportamiento de los mercados

Lo que no parece que pueda lograr, sin embargo, es que este maleficio no afecte a su sucesor. La contundencia de la derrota del PSOE que anticipaba la encuesta preelectoral del CIS así lo da a entender. El voto de castigo es la explicación más convincente de un resultado que todavía está por producirse, pero que tiene todos los síntomas de una profecía que se autocumple. Es el fatum que persigue a todos los que, de una u otra manera, han llevado el timón de la crisis o han sido tocados por ella en puestos de responsabilidad, como le ocurrió a Rubalcaba. Su última -y siempre relativa- baza fue el debate, que, a mi juicio, ganó por desvelar las ambigüedades en el programa del adversario. Pero no lo hizo con la suficiente contundencia como para recuperar los votos socialistas perdidos.

Rubalcaba especificó también con más acierto sus planes de futuro. No supo darse cuenta, sin embargo, o no pudo evitar, que le pasara factura su pasado inmediato. Le faltó un relato que conciliara lo ocurrido estos tres últimos años con lo que es posible emprender para el futuro. Su única oportunidad era limpiar el pasado, justificar lo hecho; sin él toda propuesta se encontraba ya contaminada. No lo hizo, quizá, porque sabía bien que dicho relato ya no tiene credibilidad. Un electorado al que se le exigen sacrificios continuos no se somete fácilmente a un diálogo racional, quiere sangre, exigir responsabilidades a quienes le han llevado a esa situación, aunque sea la misma del resto de los países de nuestro entorno. No soporta que los políticos se pongan las medallas cuando las cosas van bien y recurran a excusas externas cuando pintan bastos. Necesitan pensar que aquellos a quienes eligen tienen capacidad para cambiar las cosas, que no son meras marionetas de imperativos sistémicos sin rostro. Si no, ¿para qué votar?

Puede que el PSOE pensara que la factura por la crisis ya se le pasó en las últimas elecciones autonómicas y municipales. Grave error, porque el partido no tomó ninguna medida específica que permitiera detectar que había tomado nota. Ninguna dimisión. Los líderes locales imputaron la derrota a Zapatero y este a la crisis. Al final todos se fueron de rositas, y ya sabemos cómo se produjo la elección del candidato, como el resultado de un mero cónclave del partido, no después de un congreso. No provocó catarsis alguna que permitiera romper con lo anterior. Y de aquellos polvos vienen estos lodos. Lo más sorprendente es que, de resultar una derrota severa, no hay nada de lo que Rubalcaba pueda "dimitir" salvo de su condición de diputado, y seguirá sin haber, por tanto, una verdadera asunción de responsabilidades. Al menos en el plano simbólico.

El hecho es que, después del debate, la campaña parece haberse convertido en un trámite vacío, es una campaña sin futuro, un mero ritual que todos esperamos que acabe cuanto antes. Pueden producirse sorpresas, claro está, como que la derrota del PSOE no sea tan abultada como se espera o cuál sea el destino de los partidos pequeños. Pero todos sabemos que las verdaderas sorpresas nos vendrán de Europa y del comportamiento de los mercados. Ahí es donde nos jugamos nuestro futuro inmediato y donde más estamos necesitados de discurso. No deja de ser un misterio que sobre estas cuestiones cayera un espeso silencio en el debate de los dos candidatos.

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Sobre la firma

Fernando Vallespín
Es Catedrático de Ciencia Política en la Universidad Autónoma de Madrid y miembro de número de la Real Academia de Ciencias Morales y Políticas.

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