La belleza del bufón marginado
Pippo Delbono y su 'troupe' de excluidos llevan 'El silencio' y 'Guerra' por el mundo
Pippo Delbono conoció a Bobò hace 11 años en el manicomio italiano de Averes. El actor, autor y director (nacido en 1959 en Varazze) impartía entonces talleres de teatro con algunos internos. Pippo llevaba años aquí y allá alimentando su técnica interpretativa. Había pasado por el Teatro Odin de Dinamarca y por la compañía de Pina Bausch. La danza y los principios de la dramaturgia asiática estaban en la base de su formación. En los ochenta había creado con el actor argentino Pepe Robledo su compañía, pero cuando conoció a Bobò nació otra cosa.
"Esto no es una comuna. Por favor, no tiene nada de teatro terapéutico"
"Yo estaba mal y Bobò me salvó", explica el director italiano
Sordomudo, analfabeto y microcéfalo, aquel hombrecillo llevaba 45 años encerrado en un manicomio. Delbono pasaba por un momento difícil. "Yo estaba mal y Bobò me salvó", explica. "Bobò era mayor, pero parecía un niño, miraba al mundo por primera vez y eso me ayudó a mirar a través de él. Tenía una necesidad extrema de expresarse con su cuerpo. Esa fragilidad y, a la vez, esa necesidad de comunicar me cautivaron. Yo le rapté", recuerda. "Fue una de esas casualidades de la vida que no tienen explicación. Yo era un actor con mucha técnica pero con un cuerpo herido y en Bobò, que es otro hombre herido, encontré la expresión perfecta de lo que buscaba".
El silencio y Guerra son los dos montajes de la compañía de Pippo Delbono que se estrenan dentro de la programación del Festival de Otoño. El silencio se programa hoy y mañana en el Centro Cultural de la Villa, y Guerra, el sábado y el domingo. Dos montajes que -considerados geniales por la crítica- viajan por medio mundo para llevarnos a un tiempo olvidado: el de los comediantes desterrados junto a otros marginados. Bufones, locos, lisiados, mendigos... "En estos hombres yo no veo obstáculos, sólo veo belleza. La veo donde otros dirían que no la hay de ningún modo. Pero lo cierto es que cuando Bobò sonríe, nadie sonríe igual. Con el teatro burgués se cerró la tradición del loco, del bufón, y yo quería recuperar ese sentido profundamente humano. Como decía Bergman, el teatro sólo puede ser el encuentro con otros seres humanos".
El silencio nació durante un viaje a Gibellina en 1999. La ciudad había sufrido en 1968 un fuerte terremoto y a pesar del paso del tiempo las huellas de aquella fractura seguían latentes. Después de un fuerte impacto siempre llega el silencio, esa fue la reflexión de Pippo Delbono. En la obra también actúa Nelson Lariccia, un hombre que durante años durmió en la estación de Nápoles, un mendigo al que Pippo sacó de la calle. O Mr. Puma, un cantante de rock que estaba aburrido de la chaqueta de cuero. Lucia della Ferrera, una farmacéutica que abandonó el negocio familiar, o Gianluca Ballaré, un chico con síndrome de Down que conocía a la madre de Pippo (maestra de una escuela primaria) y que le pidió formar parte de la compañía. Quería ser, como otros perdidos por el mundo, uno de sus actores.
"Esto no es un colegio ni una comuna. Nada de eso. Aquí todos tenemos nuestra vida. Es cierto que Bobò vive en mi casa, pero vive allí porque yo no estoy nunca. También tenemos varios universitarios, doctorados. Por favor, esto no tiene nada de teatro terapéutico".
Delbono explica que para Madrid eligió El silencio por las características de la sala: "Yo había pensado en otro de mis montajes, Aullido, porque habla mucho del poder, y eso siempre les va mucho a los españoles. Es una obra que no te da ni un segundo para respirar. Pero cuando vi el espacio, no me gustó para ese montaje, así que decidí que fuera El silencio, tiene una simplicidad de signos que funcionan mejor".
La troupe italiana reniega del teatro naturalista o improvisado. "Hay mucha construcción. Cuando una obra se representa 150 veces no cabe hablar de naturalismo. El teatro es rito y representación y la libertad sólo está en la construcción sólida y fuerte de la obra. La obra es más fuerte que nosotros".
A El silencio y Guerra les separan tres años, más o menos los que tarda el director en acabar el "viaje" que supone crear una obra. Guerra es de 1998. Un espectáculo furioso. "La guerra es la monstruosidad que existe en cada uno de nosotros. Y el teatro puede convertirse en un proceso de conmoción que nos hace mirar a ese monstruo".
Con tanto ruido, Bobò (que no oye) aparece como un lúcido personaje. No trabaja con textos, lo hace con "pretextos". Reacciona a los juegos y pone su rica gestualidad al servicio de la obra. Delbono explica que verle es una experiencia maravillosa. En su última obra, estrenada en Berlín e inspirada en el libro de Harold Brodkey Esta salvaje oscuridad, Bobò apenas sale, sólo al final, vestido de arlequín a sus 71 años, mientras suena una canción de Aznavour y se hunde Venecia. "Creo que, por fin, ha encontrado su personaje".
Se trata de una obra muy diferente a su trabajo de los últimos años. Hay menos risas, gritos, gestos y llantos. Delbono descubrió hace dos años en Birmania el terrible relato de Brodkey sobre la muerte. El escritor estadounidense, que murió de sida, escribió: "Y así fue como terminó mi vida, y comenzó mi morir. No puedo cambiar el pasado, y no creo que lo hiciera. No espero ser comprendido. Me gusta lo que he escrito, los cuentos y las dos novelas. Si me ofrecieran verme libre de esta enfermedad a cambio de mi obra, no lo aceptaría. ¿Paz? Nunca la hubo en el mundo. Pero en viaje por las dóciles aguas, bajo el cielo, sin amarras, yo oigo ahora mi risa, primero nerviosa, luego de auténtico asombro. Me rodea por entero". A Pippo le sobrecoge recordar esa lectura. "Un viaje poético", dice mientras le brillan sus inteligentes y expresivos ojos.
Babelia
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