Los resistentes de La Rambla
El impacto desmedido del turismo altera la vida de los vecinos del paseo - "Queremos saber qué estamos ganando con este modelo", dicen
Una fila de vasos de plástico, alguno con pedazos de fruta dentro, llena el alféizar del ventanal del Banc Sabadell en la esquina de la calle del Hospital con La Rambla. Los mismos envases desbordan el cubo de la basura del lado. La hilera se prolonga por otros sitios, en dirección a la plaza de Catalunya. Eran las dos de la tarde del pasado miércoles y la intensidad de la invasión plástica aumentaba hasta llegar al mercado de la Boqueria. Allí desaparecía.
Concepció Papió, una vecina del mercado, explica el fenómeno: "Los turistas visitan los tenderetes y compran macedonias o zumos, lo que más se vende en la Boqueria. Se sientan en las escaleras de los portales, comen y nos dejan su basura. Los barrenderos no dan abasto. Incluso algún turista me ha reñido porque le pido que se levante de mi portal y me deje entrar", cuenta.
El Ayuntamiento estudia cobrar una tasa a las estatuas humanas
Al principio, Papió recogía los vasos. Ahora, confiesa, los patea con desidia. Esta vecina de la calle más turística de Barcelona expone el caso de la invasión de los envases como metáfora de lo que le sucede al barrio que habita desde hace 23 años. Así como el plástico, dice, a La Rambla la ahogan otros ingredientes (legales o ilegales) bien conocidos: hoteles, hostales, pisos turísticos, borrachos, prostitutas, vendedores de drogas, negocios de recuerdos, restaurantes, tiendas de conveniencia, excursiones de despedidas de soltero... "Quisiera saber qué estamos ganando con este modelo de turismo, que todo lo arrasa. Esta calle algún día estallará", profetiza.
A Eduard Elias, otro vecino, le pareció buena idea mudarse a La Rambla. Llegó allí en diciembre, después de dejar su piso en el Raval. "Piensas que ya has conocido cosas límite, pero llegas aquí y te das cuenta de que siempre hay un más allá", dice. Antes de vaciar las cajas de su mudanza y hacer las reformas de rigor, se vio obligado a comprar tapones para los oídos y paneles para insonorizar el piso. "No puedo decidir mi horario de descanso. Los borrachos de las despedidas de solteros y las prostitutas, con sus gritos, o los huéspedes de la pensión ilegal del principal que llaman a mi timbre a cualquier hora lo deciden por mí", se queja.
Maite Mendivil, por su parte, reside en un sobreático maravilloso, pero tiene que vivir encerrada. A medianoche, a su piso no llega el ruido de los músicos callejeros que no dan tregua a los bongos o los silbatos ensordecedores que emiten un sonido similar a "bebebebe". Su problema es otro. "O cierro todo y pongo el aire o el ruido de las decenas de extractores de los restaurantes de abajo no me deja dormir. Con problemas así, ¿cómo quieren que el vecino de La Rambla no sea una especie en extinción?", se queja.
Para poner en contexto las quejas vecinales, este diario solicitó al Consistorio cifras sobre licencias de locales de restauración, tiendas y hoteles, y de inspecciones en los pisos turísticos. Una portavoz explicó que los datos no están disponibles "por motivos técnicos". En octubre, el Ayuntamiento convocará el Observatorio de La Rambla.
6Concepció Papió recuerda que hace dos años, antes de que este diario publicara las fotos de sexo explícito en el mercado de la Boqueria, tenía que presenciar el trabajo de las prostitutas mientras fregaba los platos. "Colgaban alambres y formaban privados con sábanas", recuerda. Además de los vasos de plástico, en su portal también encuentra condones usados, que retira "con todo el asco del mundo". No en pocas ocasiones Maite Mendivil, otra de las vecinas, ha tenido que girarse, al entrar en su edificio, tras sentir que una de las prostitutas pone una lata de refresco para que la puerta le quede abierta. "Con respeto les pido que en mi escalera no trabajen", dice.
Papió cree que la decisión del distrito de vallar el mercado y poner más iluminación fue acertada, aunque ahora le toque cerrar todas las ventanas para poder dormir. "Al menos es por una buena causa. No es como lo de los pisos bajos, que tienen que aguantar los letreros luminosos de los quioscos o de tiendas como Desigual", explica.
De lo que CiU quiere hacer en La Rambla solo se conocen ideas genéricas. Ayer la regidora de Ciutat Vella, Mercè Homs, dijo en una entrevista a Europa Press que dialogará con los sectores afectados para lograr que el paseo "sea un lugar agradable" y que se sentará a la mesa "sin ideas preconcebidas". A pesar del bagaje de siete años ejerciendo la oposición en el distrito, Homs aún prefiere escuchar. La regidora también adelantó que se estudia cobrar impuestos a las estatuas humanas que trabajan allí. "El espacio público es de todos y cuando lo ocupas debes pedir unos permisos y te los deben dar. Si además lo ocupas para hacer un negocio, debes aportar algo", razona.
La confianza en la labor del Ayuntamiento no está extendida entre los vecinos. Eduard Elias guarda las facturas del teléfono y subraya las llamadas que ha hecho a la Guardia Urbana. Las cuenta por docenas. "Las prostitutas te despiertan con sus gritos al amanecer. Llamas a la Guardia Urbana y te dicen que enviarán una patrulla. Si tienes la suerte de que pase, los agentes saludan a las chicas y ellas siguen con su fiesta", se queja.
La vida de barrio es casi inexistente en La Rambla. "¿Dónde me compro unas bragas? Aquí todas las tiendas son de recuerdos, no existen las tiendas de proximidad", se queja Papió. Una idea que refuerza Elias. "¿Es justo que tengas que pagar tres euros por una caja de leche o que tengas que caminar varias manzanas para comprarla a un precio normal? Las tiendas de conveniencia abusan de los turistas, porque saben que no van a chistar. Y en la Boqueria puedes hacer la compra, pero solo donde te conozcan", denuncia.
"Si con solo observar los vecinos descubrimos todos los trapicheos de droga, ¿me van a decir que los expertos no lo notan? Alguien oscuro en esta ciudad ha decidido que La Rambla sea el centro del ocio nocturno cutre", puntualiza Elias.
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