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Mercè 2010

Pop masivo, delicadezas melódicas y pantalones de vinilo

Mishima, Richard Swift y Goldfrapp demostraron la polifonía de las fiestas

Benditos Mishima. Anteanoche en la plaza Reial no cabía ni un alfiler y, como de costumbre, la banda barcelonesa del momento, liderada por David Carabén, regaló a los que ya son miles de seguidores un repaso sobre todo por temas de Set Tota La Vida y Ordre i Aventura, sus dos últimos discos y los que les han situado en la cima del pop en catalán. El público coreaba a grito pelado Què en farem del desig, ara que hem trobat l'amor? de la emotiva El Temple. Carabén sonreía y la plaza entera le imitaba. Había magia.

A pocos metros, en la plaza del Rei estaba tocando el multiinstrumentista californiano Richard Swift (si se quería catar a varios grupos había que ver los conciertos a medias porque todos coincidían en horario), un crooner romántico y cínico que aquellos que se emocionen con Rufus Wainright o Antony and The Johnsons ya pueden sumar a su lista de favoritos. La excelente acústica de la plaza, el poco agobio (el grueso del público estaba bailando con los Manolos en la plaza de Sant Jaume o dando botes con Mishima) y la melódica voz de Swift hicieron de esta actuación el plato gourmet de la noche. El californiano, que fue una de las últimas incorporaciones a la programación, repasó los temas de sus dos discos en solitario alternando la guitarra acústica con el piano de cola y mezclando estilos con una clara base pop. Unos minutos después de que se despidiera empezaron a caer las primeras gotas de la noche. La lluvia supo esperar.

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Entretanto, se vivía una rebelión ochentera en el Fórum. Cuesta entender la moda de querer volver a la década de los ochenta cuando los ochenta nunca se fueron: están aquí, son Goldfrapp, un viaje a lo que esa década podría haber sido. Prueba de ello fue la demostración de glamour y poderío electrónico que la cantante inglesa Allison Goldfrapp y los suyos regalaron a un público sufrido en la explanada del Fórum la noche del viernes. Contra viento y con puntualidad británica, la medianoche de la segunda jornada del BAM empezó fría, pero la sucesión de los temas más bailables -como Believer, Number 1 o la soberbia Rocket- provocaron la locura del público, entendido y seguidor de la banda británica. También hubo momentos de gloria preciosista con Crystalline Green.

"I wanna live, I wanna love" (quiero vivir, quiero amar), clamaban Rodrigo y Javier, que se proclamaban "totalmente fans" del conjunto inglés. Marta también estaba "flipada" con el look de Allison Goldfrapp: pantalones de vinilo y lentejuelas a conjunto con una especie de poncho de plumas de plástico, todo negro, como el maquillaje ocular de la cantante, en contraste con su moldeado rubio, muy ochentero, como todo.

La estética fue uno de los acicates del concierto. Dos chicas, prendadas del bajista, no dejaron de sorprenderse por su vestimenta -ajustada, de vinilo o látex color plata- y por su instrumento, el bajo, totalmente transparente, exceptuando el mástil y las cuerdas. A medida que avanzaba la noche y el viento daba un respiro la inmensa explanada del Fórum quedó tupida de seguidores moviéndose a golpe de electro-pop (nunca antes en una etiqueta había tanto sentido como con Goldfrapp).

Tras la actuación de los británicos, el protagonismo musical en esa parte de la ciudad era para el ElectroBAM, un punto para el inteligente público barcelonés de la música electrónica. Rompió el hielo el techno feroz y elegante de Sistema (antiguo DJ Ebola) y el preciosismo de Luke Abbott, después, provocó que la audiencia se moviera con profusión. El BAM cuida el aspecto de la música avanzada como demuestra su cartel de este año -con Suckafish P Jones o Surgeon- y hace bien, a tenor de la respuesta del público.

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