Silencio
Fue interesante contemplar ayer cómo encadenaba el silencio en torno a Camps y cómo se fue reproduciendo en los informativos de todas las cadenas. Los periodistas ponían sus canutos al servicio de las posibles explicaciones ante un caso que crece como un hongo. Pero el PP había fabricado un silencio de hierro que a veces era roto, tan sólo, por una sonrisilla nerviosa. El alavés Alfonso Alonso, portavoz en el Parlamento, se quedó mudo antes de decir: "A mí no me toca hoy". El gallego Feijoo fue más explícito sobre el repique de silencio al que obedecía: me han pedido que me calle. Y Rajoy, junto a Aznar en los telediarios, puso en práctica su experimentado silencio.
En esa melodía avergonzada que interpretaron los compañeros de Camps disonó otra vez la voz de madrugada de Rita Barberá. Su insistencia en la metáfora de las anchoas debió haberla convencido, porque la reiteró otra vez ante los canutos, de modo que ya no queda ningún resquicio por el que se pueda colar la posibilidad de que había cometido un deplorable lapsus. No lo corrigió: lo quiso meter en un decreto ley. Y añadió su lamento sobre "lo que se le está haciendo al presidente".
La tele tiene eso: escuchas algo y la memoria se te va al otro lado. En concreto, en este caso se me fue al calvario que sufrieron gente como Pilar Miró y como Jacinto Pellón, aquella cuando estuvo al frente de RTVE y éste cuando dirigió la Expo de Sevilla, porque a gente que ahora cultiva el silencio como fórmula le dio por buscarles todas las facturas. Hoy aquello, que no fue nada, parece un recuerdo sordo, pero estos días la memoria lo devuelve como el mar hace regresar los desperdicios.
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