Quién vigila
Lo que empezó como el mayor avance en la democratización de la televisión pública en años, al someter el nombramiento de su cúpula al Parlamento y no al dedazo del partido ganador, está terminando, al tiempo que termina la legislatura, de modo zarrapastroso. La dimisión de Alberto Oliart destapó a los populares hambrientos de la autoridad de una mayoría absoluta y no dispuestos a ningún nombramiento que pueda limitar su poder futuro. Al mismo tiempo, las consecuencias de la prohibición de la publicidad, nos traen una televisión más pobre, más raquítica y con menos recursos. Solo los informativos se salvan de una especie de limbo donde nada nuevo se crea, donde no se propone una tele enriquecedora, donde apenas perviven algunos programas clásicos guardando las esencias de una buena televisión siempre prometida.
Por más que los conservadores insisten en que los informativos de la pública están manipulados, los espectadores recuerdan y comparan, aprecian la evidente distensión, recurren a la pública no solo para informarse con rigor, sino también para evitar la entrega de otros noticiarios a los sucesos escabrosos, los atropellos, los asesinatos y la empobrecedora vigencia de la víscera.
Los periodistas ven tambalearse sus empresas por una crisis que trae recortes y despidos, en ausencia de la solidaridad ajena, porque el oficio anda en horas bajas en la valoración de la gente. Así, se recortan informadores, documentalistas, fotógrafos y enviados, pero siguen gozando de buena fortuna los especialistas en corazón, cotilleo y matraca amarilla. Los gestores rigen las decisiones de empresa, obsesionados por el balance contable y sin el menor respeto por el esfuerzo profesional.
Ahora el consejo de TVE pretendía vigilar la edición de informativos. Los partidos, que han dado marcha atrás por prudencia, solo aciertan a toquetear la televisión pública groseramente, salvaguardando de manera zafia el reparto de bloques en tiempo electoral o con propuestas como esta, de tutelaje paternalista sobre el rigor periodístico. Descabezada la tele, ya vemos que solo queda la oposición terca de los profesionales. Es necesario más que nunca que el espectador salga de su letargo y pida explicaciones y sea él quien vele por la televisión pública con la que seguimos soñando sin que se haga realidad nunca.
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