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A la parrilla
Columna
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Perifollos

Variaciones sobre lo mismo: concursantes que quieren ganar la fama y realizar su sueño dedicándose a la música. Hijos de Babel (TVE-1) sigue el modelo al pie de la letra. Pero la acumulación de elementos que desarrolla lo convierte en un producto barroco, pretencioso, tedioso y artificial. ¡Qué lejos la primera gala del martes por la noche de la frescura de los castings previos! La maquinaria del espectáculo televisivo se desboca en un escenario mastodóntico y hortera, se ensimisma en este presentador / chico para todo que es Antonio Garrido -el de las melenas a lo Aznar- y se desparrama en vídeos, conexiones, padrinazgos de estrellas como Bisbal o Estopa y recursos innecesarios. Todo ese aparato diluye la certera valía de los concursantes, que no son, en general, unos primerizos, sino músicos con cierta trayectoria, cosa que el espectador agradece.

Estos concursantes aportan, además, la novedad de su origen: viven aquí pero no son españoles. Sus maneras y modos musicales y culturales son, en general, alivio de rutinas. Esto, que por sí mismo es un valor, queda también minimizado cuando, por encima de la música, se prima la ejemplar historia del candidato. Hete aquí que el programa desarrolla un pulso a las ONG: ¡acabáramos! éste es, además, un concurso / humanitario. "¡Qué duro es dejar tu país!", "Ha vivido en las calles...", "¡Salió de Colombia huyendo de la violencia!", "Con lo que ha ganado ha pagado un techo a sus padres en Indonesia...". Cada músico es excusa para mostrar la generosidad de TVE, autoerigida en representante de los españoles, que ofrece impagables oportunidades a los inmigrantes. Buf.

Estos excesos de la maquinaria espectacular quedan ridículos cuando aparece algún diamante en bruto, como ese concursante de Togo, Aaron, músico callejero en Barcelona, cuya versión de Let it be salvó la noche. Quien es bueno no necesita perifollos.

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