Olimpiada
Retorno en los últimos tiempos a ciudades ancestralmente hermosas, con sabor, con misterio, con estilo, alternativamente luminosas y sombrías, llamadas Venecia, Ámsterdam, Brujas y Praga, que cada vez se parecen más a un parque temático, en permanente restauración, incluso algunas de ellas decorando sus plazas más intocables con norias, freidurías y otras elegantes atracciones populares. Nada más pisar Madrid, recuerdo en cada zanja la imposibilidad de pasear sin el riesgo de que te rompas el tobillo o la cabeza y aquella definición aún más lúcida que cínica de Danny DeVito: "Madrid será una ciudad fantástica cuando encuentren el tesoro".
Nada más llegar a mi casa y revisar el correo constato entre la mala hostia y la náusea que el tesoro permanecerá siempre en el territorio de la utopía, pero que el muy terrenal alcalde de la Villa, ese dominico hipócrita que goza de tan buena prensa entre los poderes de la izquierda, se ha encargado de aumentar impunemente su propio tesoro grabando a la castiza y deprimida plebe con un nuevo y cuantioso impuesto de basura. Para que cuadren sus iluminadas y medievales cuentas, por el lujo de ser habitante de la progresista capital del Imperio.
Comprendo el llanto y el crujir de dientes del lírico perdedor Gallardón cuando constata que los tercermundistas brasileños le han levantado con malas artes el previsiblemente fastuoso negocio de las Olimpiadas, untando con cariño, estrategia o mezquinos bienes materiales a esa banda de políticos sin carné que integran el corleoniano COI (como la FIFA, la UEFA, y demás dueños de ese opio que jamás sufre bajones en el mercado), comprendo que hubiera compromisos muy jugosos con los especuladores de siempre, con las contratas, con los patronos que manejan el bisnes del paro, con todos los que sacarían inmejorable tajada de un Madrid olímpico. Incluso entiendo que lo lamente el puterío de lujo o los que querían ser testigos directos de las hazañas de los Bolt y los Phelps del futuro. Lo que me provoca estupefacción es la congoja ante el incumplido sueño de medio millón de concienciados madrileños. Que paguen el tributo y callen.
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