Negocio
Aún se escucha, de vez en cuando, eso de que la televisión es un instrumento de adoctrinamiento político. Y no es cierto. No, al menos, en un sentido partidista, o electoralista.
La televisión es, ante todo, un negocio. Si quieren pruebas, las hay. Recurramos a una de ellas, proporcionada por Silvio Berlusconi, el empresario televisivo más importante de Europa.
Berlusconi, como presidente del Gobierno, lanzó una ofensiva política para impedir que Eluana Englaro pudiera morir, tras 17 años en un coma sin esperanza. El lunes, en el momento en que Eluana falleció, el Parlamento debatía contra el reloj una ley sobre la vida o la muerte de Eluana. La emoción era intensísima. La Rai, la televisión pública, modificó su programación para hacerse eco de la noticia. ¿Qué hizo Canale 5, la principal cadena de Berlusconi? Pasar de todo y emitir Gran Hermano. En Canale 5 primaron los intereses comerciales. El asunto de Eluana se cedió a las cadenas menores de Mediaset, Italia 1 y Rete 4, con audiencias medias cercanas al 10%.
Los empresarios televisivos aspiran, y es lógico, a crear consumidores de televisión. Lo demás es secundario. Casi todo el mundo consume televisión, pero el consumidor idóneo tiende a ser pasivo, escasamente crítico y vagamente miedoso. Fíjense en las noticias que predominan en los informativos de las dos grandes cadenas privadas españolas, Telecinco y Antena 3: sucesos, desastres, catástrofes. Cosas que entretienen, espantan y generan una cierta adicción.
La política, en un sentido partidista, queda para los canales minoritarios. A los canales mayoritarios les basta con difundir pasividad y miedo, es decir, conservadurismo genérico, tan apto para el espectro social del PP como para el del PSOE.
egonzalez@elpais.es
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