Escenarios
La coincidencia en este fin de semana de la visita del Papa a Santiago y Barcelona con la entrega de los premios MTV en Madrid ha establecido unos interesantes paralelismos. Cada vez más los actos públicos se miden por dos parámetros: la movilización y la retransmisión. Se premia así la espectacularidad sobre la esencia.
De este modo, los artistas se esfuerzan por despertar la pasión numérica, mucho más que por ofrecer su lado más particular y creativo. Cualquiera que haya visitado el Vaticano tiene la inmediata duda de si no es precisamente uno de los lugares más apartados de Dios que existen. Al menos del Dios que reivindica su sitio entre los desfavorecidos, los olvidados, los marginados.
Uno sabe que la verdadera música no está sobre los escenarios del conglomerado MTV, sino seguramente en la soledad de un cuartucho donde hace semanas que no se pasa la aspiradora, pero donde alguien se esmera en perfeccionar un armónico. También Dios seguramente andaba este fin de semana más cerca de cualquier párroco dedicado a darle un poco de conversación a unos abuelos en la aldea o a echar una mano en cualquier rincón doloroso del planeta que de la gira papal.
Benedicto XVI, que es un hombre inteligente, que en la Sagrada Familia nombró la mayúscula aportación cultural de escritores e intelectuales cristianos, se ve forzado por el tipo de actos en los que participa a repetir los estribillos más sabidos. La familia, los peligros del laicismo, cuando quizá el reto estuviera en agitar la religiosidad. Y más en un tiempo de crisis donde no parece que las relaciones sexuales ni familiares amenacen tanto el legado de Cristo como la lujuria económica, el sabotaje a la solidaridad y la opresión de los pobres, que ejercen muchos bajo la bendición de la jerarquía católica.
Cualquiera que se acerque a la formación cristiana de base se da cuenta de que hay mucho más hincapié en la radicalidad de grupos populistas y de intervención directa sobre política electoral, que en la exploración de los retos intelectuales, orgullo del catolicismo desde Dante a San Agustín. Puede que la naturaleza de los actos, más olímpicos que íntimos, imponga también una agenda de contenidos; tampoco Bach cabe en los MTV.
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