Ajetreo
El episodio final de la segunda temporada de Gran reserva recordó las sensaciones ante una película de dibujos como Kung Fu Panda 2. En esta última, la ausencia de elaboración en la narración y la incapacidad para alimentar un solo personaje, provocaban un extraño asombro ante la pieza final. Otras cintas de dibujos logran poner en pie personalidades más complejas que muchas películas de carne y hueso. Pero en esta segunda entrega, por más que estuviera inventada para prolongar el disfrute de los niños, la realidad era que se limitaba a un videojuego resuelto para ellos sin necesidad de mandos ni reflejos. Una reducción del concepto de trama a la mera sucesión de peleas, con planos de tan corta duración que hasta los autores debían de temer, seguramente, que algún niño se detuviera a pensar y concluyera que la gran maquinaria de vender palomitas estaba desnuda.
Gran reserva también contiene dentro ingredientes de enorme valor. Actores, localizaciones, realización, son suficientes para haberse ganado la fidelidad de los espectadores. Al emitirse en la cadena pública, y sin anuncios, su inercia se acrecienta, con elementos tan cambiantes en la trama y en la ambivalencia de sus personajes que de no prestarles atención absoluta te sentirías tan perdido como leyendo una novela a la que le has arrancado 200 páginas. Pero el problema es que todo el suceso: muertes, traiciones, disgustos, tragedias, amoríos y accidentes, terminan por ser una acupuntura sobre el espectador más que un verdadero arraigo del interés. Y después de todas las vueltas y revueltas uno siempre está en el mismo sitio, como en los mejores culebrones, que fingen avanzar a fuerza de no avanzar nada.
Los vinateros y su vino han dejado paso a las tribulaciones de una familia llena de madres recuperadas, padres falsos, amantes regresados, gemelos ocultos, con tal magnitud de interconexiones que hasta un personaje masturbándose seguramente está cometiendo incesto sin saberlo. Habrá tercera temporada y los muchos muertos del episodio de despedida tendrán resurrecciones puntuales, pero lo más difícil de recuperar será la pasión íntegra de algún espectador por ver bien querida y casada a la bella Paula Echevarría. Porque el interés se pierde por la pasividad y el sopor, pero también por el ajetreo excesivo.
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