A Natalia Jiménez de Cossío, 'in memóriam'
Presidenta de honor de los Amigos de la Residencia de Estudiantes
Hace unos días ha muerto Natalia Jiménez de Cossío. La primera vez que me encontré con ella fue en el verano de 1971, en su casa, la Quinta de San Victorio (Bergondo, A Coruña). Acudí allí, como en peregrinación a lugares sagrados, en compañía de mi marido, para intentar desentrañar el enigma que guardaba la historia de la Residencia de Estudiantes, esto es, cómo fue posible que en un cuarto de siglo (1910-1936) ésta se convirtiera en el mayor centro de referencia cultural y científica de una nación en marcha; cómo su director, don Alberto Jiménez Fraud, padre de Natalia, había podido hacer tal selección de personas que, a su paso por la Residencia, se convirtieron en nuestros mejores poetas, creadores, artistas, científicos y profesionales. Eso que ahora se llama la Edad de Plata de la cultura española.
Natalia nos recibió encantadora. Saludamos a su madre, doña Natalia Cossío (la distinción en estado puro), y se acercó a saludarnos John Stucley, su marido. Natalia nos enseñó los papeles pintados con los que iba a decorar algunas habitaciones de la finca y charlamos de todo. Su belleza, su simpatía y su gracia se nos quedaron grabadas.
Muchas veces más tuve ocasión de verla. Gracias a estos contactos, tuve la fortuna de heredar el patrimonio espiritual y afectivo de su amistad. Así, fui sabiendo de sus exposiciones de pintura, aquí y en Londres, de su buen gusto por la decoración de interiores y también de la muerte de su marido después de una penosa enfermedad.
Cuando faltó su madre, doña Natalia Cossío, y muerto prematuramente su hermano Manolo, Natalia se sintió con el deber moral de recoger el testigo de la herencia recibida: la obra del abuelo, el señor Cossío, en la Institución Libre de Enseñanza y la de su padre, don Alberto, en la Residencia de Estudiantes. Hubiera podido dedicarse a pintar esos hermosos cuadros de cielos atormentados, los paisajes urbanos de Londres, escenas de interior llenas de recuerdos infantiles, o a viajar por el mundo, que era por entero suyo -pocas personas he conocido más cosmopolitas en una España de gente que no lo es-. Pero eligió ese imperativo moral que conocemos bien los que hemos sido educados en los mismos valores, y por ello dedicó los últimos años de su vida a crear la Fundación Jiménez-Cossío y a preservar y difundir la obra de su abuelo y de su padre. Para ese fin todo le parecía poco: conferencias, charlas, publicaciones... todo fue saliendo adelante con su esfuerzo, que no escatimó nunca. Así está plasmado en la sala de los encajes y bordados que tan primorosamente preparó para el Museo de Betanzos, con la ayuda inestimable y generosa de Alfredo Eiras, su director. Y en todas las publicaciones que han ido viendo la luz en estos años: la actualizada de El Greco, la de su famoso Álbum, tan divertido, las reediciones de los escritos de su padre o serios estudios bibliográficos sobre las obras de don Manuel B. Cossío.
Natalia Jiménez de Cossío era encarnación viva del "espíritu de la Casa" que se manifestaba en su honestidad personal, en la ilusión permanente de poner en marcha cosas nuevas, en el amoroso cuidado de preservar y enaltecer el acervo espiritual recibido, aun a costa de grandes sacrificios personales, sin queja ni victimismo algunos, en la lealtad y fidelidad a la herencia recibida. Nos deja, en su ejemplo de vida, el recuerdo perdurable de lo que hubiera podido ser España si no hubiera sido por la cochambre moral que implantó la dictadura. Perdemos un referente necesario: el de la estirpe de gentes como el señor Cossío o como don Alberto Jiménez, que dedicaron su vida a educar y formar a muchas generaciones de españoles en el amor a la libertad.
Margarita Sáenz de la Calzada es presidenta del Patronato de la Fundación Olivar de Castillejo.
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