La cartera que sabe los nombres
Carmela Viña es una de los 1.286 repartidores de cartas en el rural gallego
Carmela Viña se lleva el trabajo a casa. Su madre vive al lado de la oficina de Correos de Portomouro, su campamento base, y claro, los vecinos se aprovechan. "Aquí nos conocemos todos y como por la mañana, como muchos trabajan y la gente mayor no quiere firmar nada, les doy algunas cartas por la tarde, aquí en casa, y me ahorro volver a pasar".
Gracias a esta mujer de 46 años, bajita, risueña, dinámica, casi 2.000 habitantes de los pueblos del concello de Val do Dubra, en A Coruña, reciben su correspondencia puntualmente.
Después de clasificar y ordenar las cartas, Carmela empieza el reparto en Portomouro (400 habitantes) a pie. "Parece mentira, ¡casi no hay buzones!", se queja. "La gente no los pone porque está acostumbrada a recibir la correspondencia en mano", explica. No le queda más remedio que meter las cartas por debajo de la puerta o atarlas a la manilla con una goma de plástico. Carmela es rápida. Habla rápido, anda rápido. No se entretiene. Saluda, da la carta con una sonrisa de regalo y se va. Todos la conocen y parece que la aprecian. "¿Cómo está tu tío?", le pregunta la farmacéutica. "Rosa, esta carta es para tu hija", le dice a una mujer que no sabe leer. Carmela confirma lo que se advierte al poco tiempo de verla trabajar: "Me encanta ser cartera. Disfruto mucho y el trato con la gente me da momentos gratificantes". Como ayudar a una señora mayor con el brazo roto a vaciar la bolsa de la compra o charlar un buen rato con otra si no tiene mucho trabajo. Lleva 20 años en esto y no se imagina haciendo nada más. Como su padre. Un día lo sustituyó y, aunque al principio no le entusiasmó la experiencia, al cabo de un tiempo consiguió una plaza en Correos. "Esto te tiene que gustar porque no se puede hacer de mala leche y no vale tener un mal día", afirma. "Yo tengo un carácter fortísimo, pero soy muy paciente con la gente".
"Los perros tienen manía a los carteros y me dan miedo. Los odio", dice
Carmela reparte 450 cartas al día en seis parroquias de Val do Dubra
Lo demuestra cuando entrega cartas certificadas. Uno de los "rollos", dice, de su trabajo. "La gente mayor no se sabe el DNI de memoria, tiene que recordar donde lo ha guardado, ir a buscarlo... me lleva mucho tiempo". Pero ha encontrado una solución: "En algunas casas, lo han apuntado en la puerta de la nevera".
Cuando termina el reparto en Portomouro, coge el coche y advierte: "Ahora ya me he acostumbrado, pero no me gusta nada conducir". No lo parece porque circula por los caminos de las aldeas a gran velocidad, sin frenar apenas en las curvas. Cada cinco segundos, enfrente de cada casa, para en seco. Toca la bocina. Si no se acerca nadie, sale del coche. "María tiene buzón, pero cuando me oye llegar, sale porque le gusta que le dé la carta en mano", cuenta en Paramos (210 habitantes). Pasa con la mayoría de gente. Excepto con las familias que tienen perros, su gran temor. "Los odio. Tienen manía a los carteros y me dan miedo". Con razón, porque la han intentado morder varias veces. "Aquí no bajo", dice delante de una casa en la que dos canes la reciben con ladridos. "Lo tengo acordado con el dueño. Si toco la bocina y no sale, le doy la carta otro día". Aunque ella suele saber quién está en casa y quién no y, sobretodo, qué hacer en cada caso. "Aquí si la ventana está cerrada, dejo la carta en la casa de atrás", es la norma de una mujer que vive sola en Bascuas, una aldea de Couiceiro (460 habitantes). Carmela conoce los nombres y la vida de todos los vecinos. Profesiones, enfermedades, divorcios, hijos. A menudo sabe quién es el destinatario de una carta leyendo sólo el remite.
La caja en la que guarda las cartas se tambalea en el asiento del copiloto. Pronto se queda medio vacía. Carmela no descansa. Entra y sale del coche una y otra vez. "Es que necesitaríamos un cartero más porque tenemos mucho correo", se queja. En Val do Dubra hay sólo tres. Uno en Bembibre, otra chica que reparte en Rial y ella, que trabaja en Portomouro, Coucieiro, Paramos, Portomeiro, San Román y Vilariño. En toda Galicia hay 1.286 carteros rurales.
Carmela reparte unas 450 cartas al día y recorre 75 kilómetros diarios. "El reparto es más duro cuando llueve", reconoce. Hoy hace calor. Carmela se queda en mangas de camisa. Mejor que haga bueno porque se le avecinan días estresantes. "Las elecciones son una locura. Se juntan las papeletas con la correspondencia ordinaria y tenemos el doble de trabajo". O el triple. Hoy Carmela alarga su jornada por la tarde en casa de su madre. Ha quedado allí con un hombre de Coucieiro para entregarle un telegrama.
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