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Columna
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Rating

Iba yo a comprar pan cuando recibí un mensaje en mi móvil firmado por un agente de crédito de mi banco comunicándome que acababa de recibir una notificación de Standard and Puff (S&P) advirtiendo de que mi rating personal acababa de bajar a la calificación de BB con perspectiva negativa, una vez constatado por la agencia en cuestión que mi salario había sido reducido en un 7% como consecuencia del recorte dictado por el Gobierno para los funcionarios. Un recorte, a su vez, obligado por la menor calificación que la propia S&P había asignado a la deuda pública, fundándose en que no veía nada claro que el Estado pudiera afrontar sus compromisos de pago.

Cuando el lunes siguiente acudí al banco para firmar el crédito ya pactado para acometer una pequeña reforma en la vivienda que habito, por valor de 12.000 euros, el director de la oficina me mostró el papel con el sello de S&P en el que esta aconsejaba añadir una prima de riesgo adicional al tipo de interés establecido como consecuencia de mi nueva calificación, haciéndome notar además que aquél sería variable en función de la evolución de esta. Obviamente, no pude negarme a aceptar las nuevas condiciones, básicamente porque los albañiles, fontaneros y electricistas estaban ya en plena faena y mi integridad física podría correr serio peligro.

No es difícil deducir que, a causa de mi mayor endeudamiento, y ante los insistentes rumores de que iba a producirse una nueva reducción del sueldo de los funcionarios, el banco me comunicara que S&P me había rebajado la calificación a B+ con perspectiva muy negativa, lo que tuvo un efecto automático sobre el interés que tenía que pagar. Y así, sucesivamente. El caso es que los 12.000 euros, coste inicial de la obra, se habían convertido, en solo cinco semanas, en 50.000, lo cual me obligó a declararme en quiebra y suspender el pago de las cuotas al banco y de los salarios a los trabajadores. Cosa que, al parecer, le estaba ocurriendo a mucha más gente.

El resto de la historia es fácil de prever. S&P rebajó el rating al banco, por sufrir un aumento súbito de morosidad, y este comenzó a tener serios problemas para conseguir financiación a corto plazo, lo cual hizo que S&P le bajara aún más la calificación obligándole a entrar en números rojos. Como el banco despidió a la mitad de su plantilla y dejó de pagar el impuesto de sociedades, y yo (y muchos otros) el impuesto sobre la renta, el Estado aumentó su déficit, lo cual hizo que S&P le bajara el rating y aquel tuviera que pagar más por cada euro que pedía, lo que generó un mayor déficit y propició la caída de su calificación. Entonces el Gobierno tuvo que bajar de nuevo el sueldo a los funcionarios y la agencia certificó que mi rating había alcanzado el nivel Z con perspectiva estable. Era el fin. Tiré el móvil por la ventana, me dirigí a la terraza del salón, todavía a medio reparar, y salté al vacío.

Fue entonces cuando me desperté en el suelo del dormitorio, bañado en sudor y con un fuerte dolor en la espalda. Eran las tres y cuarto de la madrugada y hacía un calor espantoso.

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